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    [Crónica] El dolor

    Por: Rodrigo Villegas

    Perder un hijo. No debe haber nada más doloroso que eso. Que muera. Peor: que te lo maten. Que introduzcan una daga en su cuello. Que se desangre en el piso, en vía pública, delante de desconocidos que intentan socorrerlo pero que poco pueden hacer: fallece en pocos segundos. Su alma vuela, se pierde de ti, se aleja. No hay más, es un final. ¿Y todo por qué? Por un celular, por una billetera. Por unas cuantas monedas. No, no debe haber nada más doloroso que perder así a un hijo, a un padre, a un hermano.

    Eso fue lo que le sucedió a Brandon Choque, un joven de 23 años, estudiante de la carrera de Medicina. El martes 22 de abril, el muchacho se había subido a un minibús, en la avenida 6 de marzo, para ir hasta Kiswara, donde su familia lo esperaba. Solo quería llegar a su hogar. En el proceso, como cualquier universitario que espera algo, sacó su celular para revisar alguna notificación o ingresar a alguna red social para matar el tiempo. O para responder un mensaje o llamado, eso ya nunca lo sabremos. Ahí, como ya se ha hecho costumbre en la Ceja, el centro de la ciudad de El Alto, donde existen cientos sino miles de comerciantes, donde hay más de una parada de transporte público, donde siempre se ven, a cualquier hora del día, hombres en estado de ebriedad con tajaduras en los rostros como si fueran cicatrices de guerra, un ladrón ingresó al vehículo y le quitó el celular. Como Brandon era joven, decidió salir del coche y correr detrás del antisocial. La persecución no duró mucho: fue rodeado por los cómplices del ladrón, donde uno de ellos, para detener a Brandon, eligió impactar la punta de un cuchillo en su garganta. Así escaparon. Brandon, con el líquido rojizo de su cuerpo ya manchando su ropa, su polera blanca y chaqueta carmesí, se derrumbó en la entrada a la Pasarela del Arquitecto, de la calle 1, en el ingreso. Sus ojos ya no miraban nada, ni a la multitud que corría a socorrerlo, a las mujeres que lloraban cerca. A las cámaras de algunos celulares que lo grababan y que en poco tiempo harían viral. Brandon era, ahora, una cifra más, un número de tantos de los que han sido asaltados en esta zona de la ciudad más joven de Bolivia. Solo que Brandon sumaría su nombre a una lista más dolorosa: la de los asesinados.

    A través de la viralización de la noticia en redes sociales y posteriormente en medios de comunicación, la rabia pública, el dolor, se hizo inconmensurable. Pobladores de la ciudad llegaron hasta el lugar horas más tarde para pedir justicia, responsabilizando en cierta medida a la policía del hecho, debido a que, aunque existe un retén muy cerca de la pasarela, no se hizo y nunca se hace nada. La Pasarela del Arquitecto de la Ceja, una estructura de cemento de 114 metros inaugurada en agosto de 2014, bajo la gestión del exalcalde Edgar Patana, que originalmente fue construida principalmente para ayudar a las personas de la tercera edad, mujeres embarazadas y ciudadanos con discapacidades a cruzar de un extremo al otro de la Ceja, con rampas de acceso rápido, se ha convertido en un nido de inseguridad, donde ya más de una persona, además de Brandon, ha fallecido a causa de delincuentes.

    Uno de los casos precedentes y con más resonancia fue el de un muchachito de 15 años que fue también asaltado en la pasarela, cuando caminaba por ahí con su amigo, de 19. Ambos fueron, también, apuñalados. El de 19 sobrevivió. El adolescente de 15 murió debido a un cuchillazo que recibió a la altura de la pierna derecha por un choque hipovolémico. Recibió, además, tres impactos de este tipo en el cuerpo.

    Eso sucedió en enero de este año, el 28. No han pasado ni tres meses.

    A pesar de ello, la policía y las autoridades municipales parecieron no reaccionar. Es decir, se capturó prontamente a los culpables (así como en el caso de Brandon) y tanto las autoridades de Gobierno como las de la Alcaldía de El Alto los presentaron con toda la parafernalia del caso. Indicaron que se mejoraría en la seguridad en el sector para que esto no vuelva a suceder. Se efectuaron más controles policiales por unas semanas y ya, luego vinieron otras noticias que taparon a otras y el deceso dejó de importar. La policía dejó de aparecer por el sector. Hasta ahora, que hay un nuevo muerto. ¿Cuánto durarán los “extremos” controles ahora? ¿Un mes? ¿Capaz, con suerte, dos?

    “Acá no hay nada, la policía nunca pasa. O por lo menos no como debe ser. Esta es zona roja, debajo de la pasarela siempre hay gente tomando, y siempre son los mismos. Ladrones, asesinos. Gente que sale rápido de la cárcel, nosotros los de acá los vemos aparecer unos meses después de que han sido arrestados. Y es que algunos policías seguramente son cómplices. ¿Sino cómo los han agarrado tan rápido? Ellos sabían dónde estaban, cómo encontrarlos”, lamenta una comerciante de las cercanías de la Pasarela del Arquitecto y de quien no se colocará el nombre para proteger su identidad. Fue la única manera en la que se pudo hablar con ella. Los demás, a quienes intenté preguntar del caso, eligieron el silencio. Todavía tienen miedo, más que todo de posibles represalias. Y tienen toda la razón de tenerlo. Hace pocos días han sido testigos de una terrible tragedia. Brandon se desangró casi delante de sus negocios.

    “Era un muy buen hijo, que le gustaba el deporte, el wally más que todo. Ya no le faltaba mucho para salir de la universidad, pero ya se trabajaba para comprarse sus cositas. Nosotros somos una familia grande y con la plata que nos alcanza apenas para el día a día, así que cuando Brandon quería alguna cosita en particular se ponía a trabajar de lo que sea, ayudando a pintar casas o de albañil. Así se había comprado ese celular, unas semanas antes recién. Le había costado caro, más aún con todo lo que subido en el último tiempo, y por eso, seguramente, cuando le han quitado su celular ha corrido detrás de los ladrones. Solo pensaba en su esfuerzo, en lo mucho que le había costado aquel celular. Y por eso lo mataron. Por eso”.

    Esas fueron las palabras de su madre, las que expresó a los medios de comunicación que la entrevistaron en el velorio, donde, delante del féretro de su hijo, estaba colocado un cuadro con una fotografía de Brandon: una sonrisa cubierta con braquetes, la piel canela, el peinado de moda de la juventud, con los cabellos un poco parados. La vitalidad. Ahora, un cuerpo dentro de un cajón.

    Días después una gran concentración de pobladores de El Alto llegó hasta el lugar donde Brandon fue asesinado, donde ahora solo queda una ofrenda floral y cuadros con mensajes de indignación de la gente, que responsabiliza a la policía y a las autoridades municipales. Ahí, en el mitin, exigieron más seguridad, pero que esta vez sea permanente y que nadie se olvide de ellos. Que todos tienen, tenemos, hijos, hermanos, primos, amigos y amigas. Que nadie quiere sentir ese dolor. Que se debe hacer algo. (Algunos exigieron la militarización de la Ceja y otros que a los ladrones se les corte las manos para que nunca más repitan su delito).

    Ahora, en esta mañana de domingo, en un breve recorrido por el lugar, por el ingreso a la Pasarela del Arquitecto, se ve a varios policías que se han acomodado por ahí, con algunas motos. De tanto en tanto, en parejas, salen a dar un recorrido por la pasarela. ¿Cuánto durarán por acá? ¿Unas semanas?, me pregunto otra vez, ante la mirada indignada de la gente que pasa por ahí y dice, entre susurros, “ahora recién aparecen…”.

    Porque es inevitable no sentir un golpe durísimo en la cabeza y en el corazón al ver los rastros de una vida ahí, en el piso, en la nada. Nos sucede a todos los que pasamos por ahí: un hombre de unos 30 años se santigua con la señal de la cruz. Una mujer retiene una lágrima. Un lustrabotas se detiene cerca de los policías como si pretendiera ser un guardia más del sector. Como si quisiera, a su modo, proteger a los jóvenes que pasen ahora por la pasarela.

    Me acerco a las flores, que son rosas de diferentes colores. Me acuclillo y veo de cerca las ofrendas que le han regalado y que, al parecer, los vecinos le dejan ahí: galletas de chocolate, dos gaseosas pequeñas, una bolsa con pasankallas, una empanada que se endurece y algunos dulces. Dos jugos de naranja. Seguramente Brandon los hubiera disfrutado en vida, pienso, mientras me retiro de allí con el alma hecha pedazos.

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