Por: Carlos Decker-Molina
Faltan apenas unos días para el Primero de Mayo —así, con mayúscula— de este año tan especial. 2025 es el año de Trump, otro año de guerra en Gaza, el tercer año de guerra en Ucrania, y el año en que los europeos decidieron ser libres y crear su propia defensa y seguridad.
La izquierda está muy mal parada ante la embestida de la derecha, pero pocos admiten que la guerra cultural —que está a punto de perderse— es una de las causas del avance de ultraconservadores, fanáticos religiosos y de esos nuevos nazis posmodernos que cambiaron las cabezas rapadas por trajes de corte italiano.
Una amiga me invitó a tomar un café. Su intención era engancharme para que participara en el homenaje al Primero de Mayo alternativo, esta vez con lenguaje inclusivo.
La verdad es que fui movido por la curiosidad. Conozco bien cómo piensa —la quiero entrañablemente— y por eso no tuve el coraje de decirle que no.
Me citó en una cafetería alternativa donde se sirve café con leche de avena. No hay sillas: solo almohadones esparcidos en el piso. Cuadros orientales —¿chinos, indios?— decoraban las paredes, mostrando paisajes de algún paraíso soleado, mujeres cultivando cereales, y una atmósfera de eterna juventud.
Después de los saludos y los besos en las mejillas, le conté:
—Esta cafetería me recuerda a una que conocí en Tirana en 1974, cuando fui a prepararme para la guerra popular y prolongada que, felizmente, nunca se llevó a cabo. Enver Hoxha, el dictador de entonces, había quitado las mesas y sillas de los cafés porque decía que allí se conspiraba contra el partido —es decir, contra él mismo—. Creía que la incomodidad dispersaría a los conspiradores: “Se irán a casa cansados de estar parados”.
Mi amiga —y excamarada— me lanzó una mirada sorprendida y respondió:
—Eran otros tiempos. Aquí no hay mesas ni sillas para salvar nuestros bosques.
Charlamos sobre nuestras familias, hijos, nietos, amores.
Compartimos las dolencias típicas de la tercera edad, hasta que, como un conejo salido de la galera de un mago de pueblo chico, surgió la propuesta:
—¿Qué te parece si escribes un texto de homenaje al Primero de Mayo, pero en lenguaje inclusivo?
—Te agradezco que hayas pensado en mí, pero no tengo el conocimiento suficiente. Además, ¿quieres un discurso, un poema? ¿Qué necesitas realmente?
—Al comité organizador se le ocurrió que sería bonito un poema, unos versos libres…
Sonreí de pura alegría:
—Sabes que no soy poeta. Tendrás que buscar a otro.
—Es que muchos leen tus crónicas y reportajes en tu página del Face y claro, creen que serías el indicado.
Solo por ponerme a prueba, se me ocurrió recitar de memoria el Manifiesto Comunista, adaptándolo al lenguaje inclusivo. Soy de la generación que sabía de memoria el padrenuestro, el avemaría y el Manifiesto Comunista.
Pensé: ¿Qué tal sonaría el Manifiesto en inclusivo? Y recité:
La historia de toda sociedad hasta nuestros días ha sido la historia de la lucha de clases.
Hombres libres (mujeres libres, homosexuales libres), esclavos (esclavas, esclaves), patricios (patricias, patricies) y plebeyos (plebeyas, plebeyes), nobles (noblas, nobles) y siervos (siervas, sierves), maestros jurados (maestras juradas, maestres jurades) y compañeros (compañeras, compañeres); en una palabra, opresores (opresoras, opresores) y oprimidos (oprimidas, oprimides), en lucha constante, mantuvieron una guerra ininterrumpida, ya abierta, ya disimulada; una guerra que siempre termina, bien con la transformación revolucionaria de toda la sociedad, bien con la destrucción de las clases antagónicas.
Ella frunció el ceño:
—Es una burla. Te invité para que nos ayudaras, no para que te rieras.
—No me estoy burlando —le dije—. Solo quería escuchar cómo suena. ¿No te gusta? A mí tampoco.
Querida amiga, no te sirvo para esto. Pero se me ocurre otra idea:
En lugar de centrarnos en el lenguaje, podríamos escribir sobre la reducción de las horas de trabajo, sobre mejores salarios para el personal de salud. No hay que olvidar el papel de enfermeras, enfermeros, enfermeres, médicos, médicas y mediques durante la pandemia. Salvaron miles de vidas.
—¡Otra vez, carajo! Usas el lenguaje inclusivo solo para burlarte.
—No, de verdad. Estoy poniendo a prueba el concepto.
Quizá sea más oportuno recordar a los mártires de Chicago —todos hombres—, que nos legaron derechos laborales que hoy benefician a hombres, mujeres, gays, inmigrantes: blancos, marrones, amarillos y negros.
Se marcha el Primero de Mayo en África, Asia, América Latina y Europa. Solo en Estados Unidos tienen otra fecha.
No me dirás que los mártires de Chicago eran machistas porque su manifiesto no incluía mujeres ni homosexuales.
Ojalá este Primero de Mayo nos devuelva a la razón. La emoción desbordada le está entregando a la derecha un campo transformador que, históricamente, no es de ellos.
¡Viva el Primero de Mayo!
—Te estás burlando otra vez. Chau.
Mi amiga de siempre —la misma con la que combatimos dictaduras latinoamericanas desde el exilio— se levantó, dejándome la cuenta del café con leche de avena.
Al llegar a la puerta del boliche alternativo, se dio vuelta, me mostró su índice tieso y desapareció en la tenue luz de la primavera sueca.