Por: Rodrigo Villegas
Siempre es lindo ver a los amigos, disfrutarlos. Reír con ellos, sentir su presencia. Hablar del tiempo que pasa como una gaviota, con esa velocidad. Los años, que nos devoran de a poco. Por eso es siempre lindo ver a los amigos: recuerdas que alguna vez fuiste un niño, adolescente, joven. Que los tiempos buenos no han pasado del todo. Que siempre hay un espacio al que regresar.
Pero es más lindo aún cuando, a los que nos gusta inmensamente, el encuentro de la amistad se acompaña con el fútbol, ese deporte maravilloso que te permite gritar un gol como si fuera la última exhalación de la vida. El componente de unidad se hace mayor cuando enlazas un equipo, una casaca del mismo color, un abrazo de aliento u otro de consuelo cuando pierdes. Cuando afirmas esa convicción de que hay que estar con los que quieres en las buenas y más que todo en las malas.
Yoseth, el capitán de mi equipo de la universidad, de la carrera de Comunicación Social a la que, de alguna forma, no he dejado de lado a pesar de los años que han transcurrido de mi paso por las aulas de esa linda “casa de estudios”, me pregunta cómo me va en la vida, en qué trabajo.
Yo hago lo mismo con él: me cuenta que ya tiene dos hijos. Que uno de ellos, el mayor, pronto cumplirá seis años. Cuando lo conocí, hace ya unos diez años, era un muchacho soltero. Ahora se lo ve más feliz. Y es que el amor de una familia es inigualable.
Otro de mis compañeros de equipo, Luis Siñani, me detalla que su empresa de producción audiovisual va muy bien, que siempre tiene matrimonios y otro tipo de eventos que cubrir. Alejandro Tonconi, el encargado de que todo salga bien en el equipo – el que va a las reuniones, el que se encarga de indicarnos los horarios de nuestro próximo partido – me relata que hace poco pudo ingresar a trabajar en la Alcaldía.
Nos decimos “qué bien, me alegra por ti”, con total franqueza. Y es que la felicidad de un amigo es la propia.
Seguimos en la charla hasta que nos toca jugar. Cuando salimos a la cancha vemos que el equipo rival está compuesto por rostros que ya no ubicamos: son muchachos de segundo o tercer año de la carrera, chicos a los que ya no llegamos a conocer pero que, tal vez, ubiquemos de acá en algún tiempo, cuando choquemos en un canal de televisión, un periódico u otro tipo de institución periodística, comunicacional o audiovisual. Y es que el medio, a pesar de los cientos de graduados que salen cada año, es pequeño.
Como son más jóvenes, comienzan ganándonos 2 a 0. Pero con el paso de los segundos y minutos recordamos cómo jugamos, por dónde se mueve Yoseth, Alejandro y los demás, que nos ubicamos de hace tantos años, y convertimos el gol del descuento. Ya en el segundo tiempo logramos la heroica: marcamos el empate y a pocos minutos del fin el 3 a 2. Termina el partido y nos abrazamos por la victoria. Por los años de amistad, de haber compartido los pupitres de Procesos históricos, Redacción o el Taller de Prensa, digamos, entre otras materias.
Nos vestimos, tomamos agua o refresco y reímos un poco más de algún chiste compartido. Hablamos, inevitablemente, de la economía nacional, de cómo nos ha afectado y del miedo que tenemos para este año. También de la política, de Evo, de su marcha, que ingresó el lunes pasado a La Paz. De los enfrentamientos con la policía en cercanías de la Plaza Murillo.
“A mí mi ha llegado la gasificada”, cuenta otro de los compañeros, que se encarga de cubrir este tipo de eventos informativos en una agencia de noticias digital. “Grave estaba”, dice, y reímos porque él también se ríe.
Ya listos, nos despedimos y cada quién se va por su lado. Algunos volverán a las casas de sus padres, con quienes todavía viven, y otros ya se dirigirán a los hogares que han fundado, con sus esposas e hijos.
“Nos vemos el siguiente sábado. Pero fija, y cuidado que lleguen tarde”, nos advertimos. Nos damos un abrazo, una última felicitación y nos vamos, seguros de vernos el siguiente sábado para, a la vez de jugar un partido más, recordar que la amistad es uno de los privilegios más grandes que tenemos como seres humanos. Y con el leve sueño de, en la siguiente fecha (y ojalá en la final) marcar el gran gol de la victoria.