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    [Crónica] Alasita en El Alto: la fiesta de la fe, el regocijo de la esperanza

    Por: Rodrigo Villegas

    La fe. La esperanza de algo mejor, de un camino nuevo, de una búsqueda más luminosa. El estar ahí a las 12.00, en punto. El comprarse un autito, una casita, un terreno; un título universitario, una maleta para viajar al extranjero, un poco de dinero para que se reproduzca en eso, en dinero, pero real. Porque todos estos artefactos son miniaturas, réplicas de los sueños, de los logros que se esperan para un nuevo año. Se los hace sahumar con ese propósito, con la intención de que crezcan y se hagan realidad. Todo de la mano del Ekeko. Y es que es así la Alasita, un salto de fe.

    Este 24 de enero no fue diferente: cientos de personas se dirigieron a la Ceja y a Villa Dolores para cumplir con el ritual anual. Para, religiosamente, conseguir los juguetitos de los alimentos que no deben faltar en casa, para adquirir la documentación de aquel cholet que siempre se quiso construir.

    Jairo Quelca, un contador que llegó hasta el sector para comprarse una réplica de una oficina propia, me dice que ese es su objetivo del año: tener su lugarcito propio.

    “Es la única forma, el creer que se va a lograr. Que los sueños se pueden tocar con las manos. Claro, no todo es regalado, menos esto. Es un impulso: lo que hay que hacer es trabajar duro por eso. Para que suceda”, explica.

    Martín Mamani, un artesano de unos 70 años, delgado, con el cabello blanco y pocos dientes en la boca, me detalla que el sapo enorme que vende, acompañado de una olla de dinero y diamantes, sirve para que no falta el dinero en la casa. Ni el trabajo: “Lo tienes que hacer fumar todos los viernes para que esté feliz. Es un ritual, una forma de llamar la abundancia”.

    Tras la compra, varios que dan el «salto de fe» hacen bendecir lo recién adquirido.

    Y es así: cientos de quioscos de tela azul esperan por los compradores, donde, dentro, los artesanos ofrecen lo suyo, que va desde alcancías, canastones ya armados con productos de la canasta familiar y muchas otras cosas más.

    A la vez, algunas comerciantes aprovechan la oportunidad para vender el tradicional plato paceño, muy buscado por los pobladores, que devoran con fruición el choclo, las habas y el queso. Es una fiesta familiar, aunque algunos, pocos, también lo disfrutan en soledad.

    Claro, no puede faltar el sahumerio, carbones que exhalan un humo blanco y aromático con el que se bendice lo recién adquirido.

    Camino entre ellos, en el regocijo de esperanza de todos lo que andan por aquí, hasta que me topo con un atrio: ahí la artista Dagmar Duchen interpreta un par de canciones folklóricas con los que dirigentes vecinales bailan con alevosía. Me acerco un poco más y distingo a la alcaldesa de la ciudad, Eva Copa, que también danza. En su cuello tiene colgado una corona de flores. Viste, como siempre, su chaleco rojo.

    Cuando la música se detiene, Copa espera un poco y habla, inaugura la fiesta oficial de la abundancia: “Queridos alteños, espero que gocen con esta nuestra fiesta y que el Ekeko cumpla todos sus sueños. Que la fe y la esperanza se imponga a todo lo malo”.

    Luego una banda corona el homenaje a la deidad y la gente aprovecha el mediodía para hacerse bendecir sus artefactos. Me pierdo entre el humo, la avenida repleta y apretada de ciudadanos y el sonido intenso de una trompeta que se mantiene cerca de mi oído.

    Así como sucede en la ciudad de El Alto, la fiesta de la Alasita 2025 se inauguró en La Paz. Uno de los eventos estandarte se dio en la plaza Murillo, donde el presidente Luis Arce salió del Palacio de Gobierno, acompañado de algunos ministros, para comprarse y regalar artesanías a algunos ciudadanos que pasaban ahí cerca.

    Pero la mayoría no lo recibió con los brazos abiertos; por el contrario, muchos le exigieron, a través de gritos, por los dólares. “¡Queremos dólares, los de verdad!”, le increpaban, refiriéndose a que aquellos billetitos del Banco de la Fortuna no eran los que anhelaban, sino los reales. Los que tanta falta hacen aún.

    Más abajo, en el Parque Urbano, cientos de paceños, resignados, eligieron comprarse aquellos billetitos sin valor legal, pero sí emocional. A la espera de que, tiempo más tarde, se reproduzcan y generen divisas que sí puedan utilizar en importaciones o algún otro negocio.

    Y es que hay pocas cosas tan poderosas en la mente humana como la fe. Aquello en La Paz, El Alto o cualquier parte del mundo.

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