Por: Rodrigo Villegas
Después de idas y venidas, de un amparo constitucional tras otro – incluso uno presentado a horas del inicio de los comicios, que pretendía suspender los de La Paz–, de postergaciones e indefiniciones, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) dictaminó al domingo 15 de diciembre como el día elegido para la realización de las elecciones judiciales, comicios que pretendían definir a los nuevos magistrados, las más altas autoridades de justicia del país. Horas más tarde, cuando la votación fue consolidada, fue catalogada por muchos como “la peor elección de la historia de Bolivia”. No estaban tan equivocados.
Porque aquel domingo la población tuvo que despertar temprano – a las 06.00 en caso de los jurados electorales que debían ir hasta sus recintos para instalar las mesas de votación – y suspirar porque debía hacer algo que no quería: marcar las casillas de personas que nunca antes había visto y que seguramente no verá más, aunque alguno de ellos resulte ganador. Aquello por varias razones, pero una de ellas, quizá la más importante, era que se había perdido la fe en la justicia del país.
Ese domingo inutilizable para quien quiera salir a ejercer alguna actividad lejana de su hogar, la gente tuvo que hacer filas y mancharse el pulgar de tinta oscura después de marcar “a la suerte” a los candidatos que se le presentaban en la papeleta. Ahora, muchos eligieron el nulo o el blanco, pero otros se plegaron a la estrategia de diputados y senadores de oposición que se encargaron de realizar y difundir los nombres de los postulantes que tendrían una cercanía con el Movimiento al Socialismo (MAS).
A pesar de la campaña del TSE para que la población “conozca” a los candidatos a través de spots publicitarios, la socialización fue insuficiente. Eso sí, los postulantes hicieron trampa ya de por sí, desacatando las reglas del organismo electoral que les prohibía realizar campaña política a través de cualquier soporte, ya sea impreso o digital. Todos pudimos apreciar cómo en los postes, murales y afiches se podía ver el rostro sonriente de esas personas, que pedían nuestro voto. ¿Ellos, que cometían de principio un acto de ilegalidad, serían los encargados de llevar la justicia a las familias de Bolivia?
Es por eso que la ciudadanía tuvo que asistir obligada a votar por estas personas, solo por no recibir alguna de las sanciones que te da el TSE por no participar “democráticamente” de estos comicios, que superaban los Bs 200 y una inhabilitación para las siguientes elecciones, que son las presidenciales.
Ahora, esta votación se dio en medio de una presión intensa de la oposición política y el evismo, que exigieron al Gobierno – con un bloqueo de caminos de por medio – que se dé de baja a los magistrados autoprorrogados, que habían extendido su mandato para, según voces rivales al actual ejecutivo, acompañar el mandato de gobierno y “amañar” determinadas sentencias. El proyecto estuvo en vilo por varios meses en la Asamblea Legislativa, hasta que, cuando el año iba más o menos por la mitad, se aprobó el presupuesto y comenzó el trabajo exhaustivo de revisar los perfiles de los postulantes.
Eso sí, a falta de unas semanas para que se lleven a cabo estos comicios el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) determinó la suspensión de estas elecciones en cuatro departamentos. El TSE, casi atado de manos, tuvo que validar aquella sentencia y decidió llevar adelante la votación “de forma parcial”, considerando solo a los departamentos que no habían sido afectados por aquella resolución del TCP.
De esa forma fue llevada a cabo una de las más “nefastas” elecciones de la historia democrática de Bolivia, como se animaron a calificar algunos dirigentes y analistas políticos, donde incluso el presidente del TSE, Óscar Hassenteufel, dijo horas antes de los comicios que se debería “replantear esta votación” para los próximos años, prácticamente sugiriendo que no existan más y que se elija a los magistrados de otra manera. Que la organización de una elección judicial era prácticamente inútil, un gasto sin sentido.
Días después de los comicios, a nadie le importaba quién ganó o no. La vida seguía su rumbo, con la misma justicia cuestionada de siempre.