Por: Rodrigo Villegas
Hace más de una semana el Instituto Nacional de Estadística (INE) dio a conocer los datos oficiales del Censo 2024, generando un mayor rechazo que aceptación en los gobernadores y alcaldes del país: los números difundidos no son los que esperaban. ¿Cómo era posible que hayan podido crecer tan poco a nivel poblacional? ¿Qué harían ahora con todos los proyectos pactados y con el presupuesto incrementado que tenían en mente? No, no estaban (no están) de acuerdo con aquellas cifras y ya en Santa Cruz, por ejemplo, han realizado un paro cívico en protesta. Aseguran que el Censo fue amañado, que su población es más numerosa de lo que salió en los registros.
El INE, por su parte, aseguró su transparencia a la hora de canalizar y brindar los datos – afirmó que están abiertos a cualquier revisión nacional e internacional de instituciones óptimas – y achacó en gran medida el bajo crecimiento poblacional a dos cosas: la pandemia y sus miles de fallecidos, pero más que todo a los jóvenes, que han decidido no tener hijos y de esa manera “despoblar” Bolivia.
Al margen de la fuerza o no de estas afirmaciones, de si aquellos son en realidad los motivos para los números emitidos por el INE – eso ya se confirmará en el tiempo – no es muy difícil ver que lo que afirman no está tan alejado de la realidad: conforme pasan los años, las personas deciden no procrear, no embarazarse, no extender ese camino de sangre que nos han delegado nuestros padres. Y eso lo podemos ver en nuestros círculos de amistad, de familia, o solo saliendo a la calle.
Yo, por ejemplo, tengo 29 años y no tengo hijos. Mi tío tuvo a su primera hija a sus 22 años. Mi abuela, a sus 19.
Tania Apaza (38), auditora, me cuenta que una de las razones por las que prefiere no tener hijos es porque cada vez se hace más consciente de los intensos cuidados y tareas que implica tener un hijo, ya que no solo es alimentarlos y ver que no se hagan daño todo el tiempo – lo que ya es de por sí una tarea titánica –, sino que hay de por medio un trabajo en pedagogía e inteligencia emocional, así para evitar “traumas” en los niños y futuros adultos.
“Ahora, el problema va también en el ámbito profesional: ser mujer y tener hijos frena, en cierta forma, el crecimiento de tu carrera. Por un lado, las madres siempre cargan más con el peso de las tareas de los hijos, lo que significa un desgaste mucho mayor y que se nota en el trabajo. A la vez, los empleadores no suelen entender muy bien este aspecto, y cuando eres madre es como que te apartan un poco del camino, cosa que no sucede si es que te mantienes así, sin hijos”, detalla Apaza.
Freddy Poma (37), periodista, manifiesta sus serias dudas acerca de los datos del Censo ofrecidos por el INE, pero cuando le pregunto qué onda con esta cuestión de los jóvenes de no tener hijos, me dice: “Una de las razones más fuertes es la económica. Ahora a los jóvenes nos cuesta más encontrar empleo a pesar de los títulos o demás estudios que podamos tener debido a que el Gobierno no ha implementado políticas públicas de empleo, de seguridad jurídica para empresas que puedan darle espacio a la gente recién salida de la universidad. Ahora, también viene el factor social, por supuesto: como la “competencia” se ha vuelto más difícil conforme pasan los años para ocupar ciertos espacios laborables, solo nos queda continuar con la formación, a veces afuera, en el exterior, lo que se puede hacer solo ni no tienes hijos que cuidar y mantener”.
Nicole Vargas (28), también periodista, me cuenta que esto de la maternidad es todo un caso, debido a la complejidad que es tener y cuidar a un hijo, más aún siendo mujer: “La carga materna es mucho más alta que la de los hombres y se ve involucrada en tu desempeño laboral. De momento no he decidido o no tener hijos, pero entiendo que hacerlo no es una decisión sencilla, sino la más decisiva de tu vida”.
Coincide con Freddy y Tania en que la situación económica actual también determina eso, que uno tenga que pensarlo más de una vez en tener un hijo, en pensar en una familia.
Ahora, la voz del otro lado, la quien sí la tiene:
Sergio León Lozano es un gestor cultural y académico que tiene dos hijos pequeños, con la mayor ya al borde de la adolescencia, explica que verlos crecer, ser felices o tristes es algo “inexplicable”, demasiado fuerte, algo que nunca había sentido antes.
“Es algo así como una sensación de miedo y ansiedad constantes en los que esperas que estén bien, que no les falte nada. Es un amor muy profundo, muy denso”, precisa Sergio, que va por sus 35 años.
En esa línea, recuerdo que hace unos años conversaba de eso, de los hijos, con un amigo docente y poeta de más de 30 años y que tampoco tiene wawas y que me dijo algo interesante: “Nosotros, al no tener hijos, estamos rompiendo algo con nuestros padres. Es decir, que solo cuando uno es papá o mamá puede entender de mejor manera a sus progenitores y dejar de juzgarlos como uno lo hace, con aires tontos de superioridad. Hay algo que se enlaza cuando el hijo ahora es padre. Y esa es una cosa que perderemos para siempre si decidimos no tener hijos”.
Y es que sí, habrá algo que los que no tenemos o los que han decidido no tener hijos “por nada del mundo” nos perderemos para siempre, así como los “beneficios” obtenidos de permanecer en esa libertad con la que ahora nos quedamos. Como muchas cosas en la vida, será algo de pros y contras.
Algún rato se sabrá qué onda con los datos del INE, si dicen o no la verdad, pero Bolivia – así como todo el mundo, porque este no es un problema nacional, sino global, con una tendencia cada vez mayor de la gente a no tener hijos– seguirá decreciendo a su modo. Todo por nuestras decisiones, sean inteligentes, egoístas, necesarias o no.
Mi hermano tiene 28: no tiene hijos. La gran mayoría de mis amigos, de más de 30, tampoco. ¿Son felices? ¿Son infelices? Eso ya lo sabrá cada quien.