Foto: Gobernación de Santa Cruz
Por: Rodrigo Villegas
Me escuece la nariz, me arden los ojos, me duele la cabeza. Pero no, no es un resfriado o algo similar. Es el fuego, las cenizas de miles de cadáveres de animales carbonizados que vienen del oriente del país. Me duele el rostro, me incomoda, el aire es una amenaza, pero eso es acá, en La Paz. La situación es el triple o más complicada en Beni, en San Matías, en varios municipios donde el fuego se ha hecho carne, donde los incendios se lo han llevado todo.
El Gobierno, a pesar de sus esfuerzos tardíos –todo esto es, por supuesto, su responsabilidad, así como de las gestiones pasadas, la de Evo… –, envía efectivos militares, policiales y bomberos a las zonas de mayor afectación. Como el fuego los rebasa, se ven obligados a pedir ayuda internacional a través de la declaratoria de emergencia nacional.

Cientos sino miles de ciudadanos que salen a marchar por las calles de las diferentes ciudades del país piden que se declare desastre, que esto ya no da para más. En una de esas movilizaciones la Policía usa gases lacrimógenos y arresta a uno de los líderes de la concentración. Circula por las redes una fotografía en la que, al parecer, habría recibido impactos de balines perpetrados por algún agente del orden.
Claro, no actúan de la misma manera con los otros, con los que se someten al silencio y al dinero: días antes, una marcha de la COB, encabezada por su líder, Juan Carlos Huarachi, llega hasta la Plaza Murillo e instala una vigilia en puertas de la Asamblea Legislativa en pedido de créditos económicos para el país. En aquel mitin, la Policía los resguarda como si fueran ministros, personas a las que se les debe favores. Incluso se les instala baños portátiles en cercanías del Palacio Quemado.
Retrocedemos un poco más: un grupo evista toma la sede de la COB, tanto que ingresa hasta las mismas oficinas y ofrece declaraciones a la prensa. Aseguran ser los nuevos jerarcas. Se retiran a lo poco y Huarachi enloquece delante de los periodistas.
Vamos un poco más atrás: Ponchos Rojos anuncian un bloqueo de carreteras a partir del lunes 16 de septiembre en busca de la renuncia del presidente Luis Arce. Dicen que los dividió, que ahora existe más de un sector de los campesinos.
Los arcistas afirman que son los legítimos, que son los que importan. Que evitarán cualquier bloqueo.
Evo, tan “simpático” como siempre, asegura que “cuando regrese a la presidencia” él salvará el país. Días antes confirma una marcha que partirá desde Caracollo y llegará hasta La Paz en reclamo a que está en cierta medida inhabilitado para participar de las siguientes elecciones.
Bolivia es eso, un tormento. Un dolor de cabeza diario desde hace unos meses, cuando se disparó el precio del dólar y todo subió de precio.
Un amigo me cuenta que intentó comprar café hace poco y casi se desmaya cuando le dijeron que el tradicional Nescafé estaba a Bs 50, cuando hace poco valía a lo muchos Bs 30.
¿Este es el tiempo que nos merecemos? ¿Es un castigo o algo así por alguna cosa que hicimos?
Pareciera, porque todas las crisis se han aunado en un solo grupo y momento: económica, política, social y ambiental.
Y eso que ni siquiera es octubre.
En el trámite Bolivia, la selección, le gana 2 a 1 a Chile en Santiago, algo que no sucedía hace 31 años. La gente se abraza en la calle, se emociona, es feliz con eso, entendiendo que es una mínima estrella entre tanta tristeza actual. Solo hay que mirar el cielo, embadurnado de un gris que cubre no solo la luna, sino las montañas, nuestras defensoras ancestrales.
El Senado, obligado por el clamor popular, decide abrogar un par de leyes incendiarias. Lastimosamente no es suficiente, el mal ya está hecho. Solo queda salir con barbijo a la calle, reviviendo el trauma de la pandemia, y esperar a no enfermar, a no pensar en todo lo que ingresa a nuestros pulmones.
Solo queda, también, ayudar, siempre se puede hacer algo, aunque sea lo “mínimo”. Casi todas las instituciones gubernamentales, nacionales y privadas del país han lanzado campañas de recolección de víveres. Hay que ir por ahí. Y pensar, por supuesto, en formas de detener esto en el futuro. Aunque, y eso se lo dice con pesimismo, pareciera que no hay vuelta atrás. El fuego nos comerá a todos.