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    [Crónica] El “golpe”

    Imagen: La revuelta militar del 26 de junio. Foto: ABI

    Por: Rodrigo Villegas 

    Aquel miércoles 26 de junio estaba en casa, a punto de alistarme para un evento al que le tenía cierto cariño y expectativa. Me había bañado y pensaba prepararme de a poco, hasta que vi en el celu lo que todo el mundo comenzó a ver: militares habían llegado hasta la Plaza Murillo con tanques y armamento. 

    No tenían “autorización de nadie, de ningún ministerio, menos del Gobierno como tal”. Minutos más tarde salió el tuit del presidente Luis Arce: “Alertamos a la población y al mundo entero que un golpe de Estado está en proceso. Llamamos a defender la democracia”, o algo así. El pánico, el horror de la memoria se instalaron en nuestros corazones. Claro, en ese momento todo parecía verídico. Horas más tarde aquello se pondría en duda. ¿Habían jugado o no con nosotros?

    Lo cierto es que minutos después las tiendas, los supermercados y cajeros se veían llenos, como si el mundo fuera a acabarse en cualquier instante. Aquello ya sucedió en 2019 y en el inicio de la cuarentena por el Covid, entre eventos recientes. Es que la memoria del boliviano es así, se aferra al miedo, a lo impredecible. Por supuesto, así como aquellas dos veces, lo primero que se acabó fue el papel higiénico. Es algo que se debería analizar con calma, por qué se privilegia tanto aquel objeto. Es decir, se pueden aventurar respuestas pronto, pero dejo para el lector el llenado de aquellos vacíos.

    La cuestión es que allá, en la plaza Murillo, se vivía lo indecible: el intento de un golpe de Estado. O al menos eso es lo que se vio en las primeras dos horas que duró todo aquel levantamiento armado del ya conocidísimo general Juan José Zúñiga, el ahora excomandante del Ejército que justo ayer, sábado, fue llevado primero a Chonchocoro y después al penal de El Abra, en Cochabamba, porque los presos de la cárcel paceña habrían rechazado su presencia allí, vaya uno a saber exactamente por qué.

    En cuanto supe de todo ese movimiento entendí que mi evento habría de suspenderse, así como todos los que se debían llevar a cabo en la ciudad. Es decir, la vida estaba en riesgo, el presente y futuro del país. No había espacio para otras cosas.

    Lo interesante fue cómo todos pudimos seguir todo el acontecimiento “en vivo”, como si estuviéramos en la misma plaza, en las cercanías. Y eso por nuestros celulares: el flujo informativo que se registraba en Facebook o X era una locura, con videos y fotografías nuevas publicadas cada diez segundos que transcurrían del “intento de golpe”. Fue así que pudimos escuchar de primera mano a Zúñiga cuando intentaba ingresar al Palacio Quemado o a algunos ministros que intentaban disuadir a los militares.

    Horas más tarde un también video habría de instalar una incertidumbre total en el país: Zúñiga, ya apresado, decía que todo había sido planeado por Luis Arce para mejorar su popularidad, que se veía caída, y que lo que había sucedido había sido un “autogolpe”.

    Pero a eso de las 17.00, cuando cientos de personas (la mayoría funcionarios públicos, por supuesto) se enfrentaban con los militares en la Plaza Murillo y en las calles aledañas, la tragedia parecía imponerse ante todo.

    Cuando alerté a mi papá de lo que estaba pasando, noté cómo su rostro se desencajaba, seguramente recordando los golpes de Estado de García Meza y de Banzer, que le tocó presenciar en su juventud. Encendió la TV, la radio pero, más que todo, recurrió a su celular.

    A eso de las 18.00, extrañamente, todo pareció calmarse cuando el general Zúñiga “no supo qué hacer” ante los distintos imprevistos que le tocó enfrentar. Un día más tarde, ya en su declaración en la Fiscalía, dijo que el golpe había fallado porque efectivos militares de Viacha y de otros regimientos habían tardado en salir de sus cuarteles. A la vez, cuando era trasladado desde la FELCC a Chonchocoro, dijo a los medios de comunicación que intentaban acercársele: “Algún día sabrán la verdad. Algún día”.

    A las 18.15, después de emitir un mensaje presidencial, el presidente Arce sacaba de su cargo a Zúñiga y colocaba a un nuevo Comandante, que inmediatamente ordenó el repliegue de las fuerzas militares de la plaza Murillo.

    Ahí se acabó todo. Los tanques huyeron hacia el Estado Mayor, de donde habían salido, y poco a poco todo volvió a “normalizarse”. El país había “salvado la democracia”.

    Claro, las preguntas comenzaron a aparecer: ¿En serio todo se terminaba ahí? ¿Qué tan malo había sido el plan del golpe que había fallado estrepitosamente en tan poco tiempo? ¿Zúñiga era un loco impulsivo que se había resentido con el actual Gobierno y había pensado tomar el poder tras la “crisis económica” que se vive en Bolivia?

    Zúñiga, a quien nadie conocía hasta aquel aciago miércoles, había salido a la luz días antes por amenazar a Evo Morales con llevarlo a la cárcel si intentaría repostularse a la presidencia. En una entrevista difundida por un medio digital – otra vez la importancia de las redes sociales, su influencia –, el general había asegurado, con total vehemencia pero con absoluta seguridad – que le plantaría “una guerra” a Evo si fuera necesario.

    Horas más tarde las repercusiones no se dejaron esperar: la condena casi total de cierto grupo de gente, más que todo de los políticos de oposición y por supuesto de los “evistas”, pero también de autoridades gubernamentales, que entendían que, en pleno 2024, un militar no podía inmiscuirse en cuestiones políticas del país. Lo iban a destituir en horas posteriores, era un hecho.

    Aquella fue la chispa que encendió el fuego: en el encuentro que tuvo con Arce en puertas del Palacio -puerta que había sido derribada por un tanque-, Zúñiga le dijo que “las fuerzas militares habían sufrido mucho maltrato y humillación de su parte, y que por eso, entre otras cosas, se efectuaba el intento de golpe”.

    Pero volvamos a las 18.30: ya con un país más “calmado”, con una “situación controlada”, el presidente y el vice, Choquehuanca, fueron llevados en hombros por la gente que se había apostado en la Plaza Murillo (repito, la gran mayoría funcionarios públicos) y celebraron que aquella sublevación militar no se haya llevado a cabo. ¿Se había cumplido lo que diría Zúñiga más tarde?

    Ahí se acabó aquel día, con las posteriores aprehensiones de Zúñiga y otros militares de altos rangos que habían participado de aquel intento de “golpe”, pero se abría una Caja de Pandora que hasta el momento no termina por resolverse, y capaz nunca lo haga, así como con lo sucedió en 2019, que sigue siendo un debate abierto porque hay cosas que no quedaron cien por ciento claras.

    En las redes sociales la gran mayoría de la gente está convencida de que lo que sucedió fue “una tramoya, un show, una obra de teatro”, así como lo afirmó un ya derrotado y arrestado Zúñiga. Estoy convencido de que, en caso de que tiempo más tarde se encuentren, digamos, pruebas totales de que el intento de golpe de Estado fue “real”, habrá personas a las que no se le sacará de la mente que todo esto fue montado. El poder de las RRSS es abominable, te permite creerte omnipotente y asegurar lo que no sabes pero lo que sí has “visto o escuchado”, como aquella foto que se difundió horas más tarde de un Arce con Zúñiga en un partido de básquet, pero que, según entidades de verificación informativa, se habría dado hace muchos meses y no “un domingo antes”, como afirma mucha gente.

    Las preguntas están en el aire ante uno de los eventos más estrafalarios y terribles de las últimas décadas de la historia de este adolorido país: ¿fue o no golpe? ¿O autogolpe? ¿Qué sucederá con Arce de acá a unos meses y años? ¿Lo sucedido lo ayudará a impulsar su carrera a una posible reelección o, por lo contrario, lo deja perdido ante la opinión pública?

    Hay preguntas que, tal vez, se respondan en el tiempo. Y otras que, de seguro, tardarán muchos, muchísimos años en salir a la luz. Si es que salen, por supuesto.

    Lo único importante es que todos estamos bien, y que haya sido real o no, los militares jamás pueden regresar a comandar este país, menos de esa forma. Ya se ha derramado demasiada sangre boliviana para no tener la suficiente memoria como para evitar aquello.

    Es un buen momento para apreciar la libertad, para entenderla como el valor más importante de cualquier sociedad. De abrazarla.

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