Por: Rodrigo Villegas
“La función del Club de Lectura El Alto es acercar la literatura a la gente de la ciudad, hacer lo posible para que la mayor cantidad de personas se interesen por las novelas, cuentos y poemarios de autores nacionales, pero también internacionales. Somos algo así como un vínculo, un camino”, me explica Keila, que me cuenta, con la luz del sol de frente hacia nosotros, que todavía persiste con la “resaca” de la Feria del Libro de El Alto, la primera de su historia, donde fungió como parte del equipo de organización, más que todo en la atención de los miles de estudiantes que llegaron hasta el lugar para hacer justamente eso, conocer y llevarse uno que otro libro hasta sus casas.
Porque sí, Keila es una de las fundadoras del Club de Lectura El Alto, un círculo de encuentros de libros con las personas de la urbe, pero también de La Paz, de la ciudad, ya que a las reuniones, de las que ya han tenido muchísimas, han participado también gente que llegaba desde tierras paceñas.
“Es lindo verlos llegar hasta El Alto, un poco perdidos y hasta aturdidos, y decirnos que les parecemos buena onda y que por eso nos eligieron antes que otro club de su ciudad”, me cuenta Keila, que se ríe un poco mientras toma una Coca Cola personal con la que se hidrata para la charla.
“Sí, a mí me pasaba eso al principio”, me explica Rodrigo Suñagua – de quien ya contaré quién es en el siguiente párrafo –. “Yo no vivo en El Alto, así que pertenecía a un club de lectura de La Paz. Ahí uno de los organizadores me dijo que sería bueno que estos tipos de reuniones se expandan a otras ciudades y, como justo coincidí con Keila, fue que formamos el club, que nos animamos a ponerlo en marcha”.

Inicios
Ya más en confianza, Keila me explica que el Club de Lectura nació hace unos cinco años, cuando con Rodrigo Suñagua, su compañero de la universidad en la carrera de Ciencias de la Educación en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), notaron que le faltaba eso a El Alto, la ciudad de la que venía Keila. Que sí, que igual bajaban sin mucho problema hasta La Paz, pero que sería bonito incentivar un club en las alturas – que a veces las reuniones en El Prado o Sopocachi se sentían un tanto elitistas debido a que de tanto en tanto se elegían cafés caros y finos –. Así que se pusieron en camino una vez que lo acordaron: lo llevarían a cabo.
“Por aquel entonces integraba un grupo de teatro en la Fundación Compa, presidida por Iván Nogales, que falleció hace unos años, y le hablé a él contándole la idea del club. Iván, muy solícito, me dijo que sí, que por supuesto, que la idea le gustaba, pero que, eso sí, tendríamos que darle un toque alteño, es decir, algo que nos distinga de los demás de La Paz y del país”, me relata Keila, que sigue: “Así que con Rodrigo nos pusimos a la tarea de darle ese panorama, de analizar novelas, cuentos, crónicas y otro tipo de textos con un contexto alteño. Claro, no era que solo hacíamos eso, pero sí le dábamos su tiempo en las reuniones. Era y es importante pensar en nuestro territorio, más aún entendiendo que es una ciudad muy joven, que todavía se está construyendo de a poco”.

Y sí: recuerdo que una vez que fui, justo donde conocí personalmente a Keila, el edificio de unos tres o cuatro pisos quedaba en Satélite. Llegué y subí un par de plantas, hasta que me topé con la sala de reuniones, acomodada para analizar una novela, no recuerdo cuál, de un autor nacional. También me acuerdo que me invitaron café, galletas y hasta un poco de vino. Ahí también conocí a Rodrigo.
“Todo eso sale de nuestros bolsillos, nadie nos financia”, me cuenta Keila. “Claro, también compramos los libros, pero eso ya lo hace cada uno de los que participa de las reuniones, que no siempre son las mismas personas. En todos estos años hemos ido viendo muchas caras que entraban y salían de nuestras puertas”.
Juntuchas
Puede que lo más “atractivo” de las actividades del Club de Lectura El Alto sean las Juntuchas: encuentros de análisis de libros con los mismos autores, donde llegan hasta las instalaciones del club y conversan del libro que han escrito con los participantes. Entre tantos, escritores y escritoras que han sido invitados están Rodrigo Urquiola, Luis Raimundo Quispe, Quya Reina y Gabriel Mamani.
“En la primera de todas analizamos Borracho estaba, pero me acuerdo, de Víctor Hugo Viscarra”, me relata Rodrigo, que recuerda con nostalgia aquel primer encuentro. “Se apareció mucha gente porque Vizcarra es muy conocido en la ciudad. Luego ya hicimos de otros libros, más que todo de autores nacionales para darle es impronta al club. Ya son varios años y seguimos y seguimos”.

“Ni en la pandemia nos hemos detenido”, me cuenta Keila: “En esa época coordinamos Juntuchas por Zoom, Meet y otros métodos. Ahí se inscribían, gratuitamente, hasta personas de Santa Cruz y de Argentina”.
Aprovecho para preguntarles de un podcast en el que también incursionaron y del que no me acuerdo bien…
“Sí, pero eso lo hicimos con un afán especial: charlábamos de política, de sociedad. Porque era 2019, 2020, y en El Alto había muchas cosas por decir, por gritar, por llorar, y la gente nos lo pidió, que dejemos un ratito aparte las novelas para analizar la coyuntura, lo que nos estaba pasando como país. En ese trajín debatimos acerca del libro de Carlos Macusaya, por ejemplo, y de otros textos que nos permitían hablar de lo que le pasaba a la ciudad y a Bolivia como tal. Porque uno de nuestros objetivos es que todos reflexionemos acerca de lo que pasa, de lo que nos pasa, y qué mejor forma que con el análisis de un libro”.

Cambio de casa
Keila me cuenta, ya a modo de finalizar este texto, que hace un año, más o menos, que tuvieron que “cambiarse de casa” debido a unos conflictos con la nueva administración de la Fundación Compa. Que ahora, cada vez que organizan reuniones, lo hacen en dos centros culturales relativamente nuevos de El Alto: el Waliki y Sisa Katari. Uno queda por la avenida 16 de Julio y la otra está un poco más lejos, pero ese lugar le conviene ya que la acerca un poco a Achocalla.
¿Y qué tal?, le pregunto.
Bien, ambos son muy lindos lugares. Ya tuvimos dos o tres Juntuchas por ahí y todo salió genial.
Buenísimo. ¿Y qué planes de acá en adelante? Digo, ¿qué se viene con el Club?
Keila lo piensa un poco, asumo que está intentando ordenar las mil ideas que tiene para una de sus “wawas”. “Continuar con las actividades, consolidar las Juntuchas y ver formas de atraer a más gente. Ya de por sí el año pasado, por todo el esfuerzo que siempre le ponemos, organizamos La Ruta del Libro en El Alto, donde incluso se plegó la Alcaldía. También estábamos con un proyecto denominado Bibliotecas móviles, donde llevamos libros hasta municipios del departamento para compartirlos y hacer más de esto”.
Seguir, no parar.
“No, al contrario, continuar contra todas las adversidades. Claro, ahora somos más en la organización del Club, somos cinco. Y lo hacemos todo por amor, por el cariño que le tenemos a los libros, al arte y a nuestra ciudad”, concluye Keila y así elijo también terminar esta crónica, con su alegría y persistencia ante cualquier posible cansancio, así como la de Rodrigo, con sus fuerzas siempre al pie del cañón. Todo por la literatura, por esa cosa inasible que tantas alegrías nos da.
