Por: Rodrigo Villegas
Gabriel Mamani es un escritor que ya ha pasado las fronteras de Bolivia. Lo que no es nada fácil: como en la mayoría de las cosas, a nosotros, los nacionales, nos cuesta surgir afuera, en otros países. Y no por falta de talento, que eso hay de sobra en este país, sino por ausencia de mercado, de agentes, de una movida más grande para que el arte y deporte boliviano se exporte. Gabriel es uno de los pocos que lo logró: su reconocida y premiada novela Seúl, São Paulo se tradujo al francés y será publicada por una editorial del país europeo.
Nacido en La Paz, Gabriel ha visto su obra encumbrada a través de un lenguaje poético en sus trabajos así como por la influencia de las montañas paceñas, de las cordilleras; de una ciudad siempre en movimiento, con gente que vive del día a día y sueña con algo mejor. Que se da modos para prosperar, para ver sus esperanzas reflejadas en algo más que un juego. Pero, también, sus libros se han enriquecido con los viajes que Mamani ha realizado todos estos años, estadías en diversos países del mundo donde se ha nutrido de otras formas de ver el presente, reflexionar acerca del pasado y entender mejor lo que vendrá.
Seúl, São Paulo, su hasta el momento su novela más famosa –boom que logró al obtener el Premio Nacional de Novela de 2019–, ha visto su español transformado antes en portugués y ha llegado hasta, entre otras ediciones internacionales, al mercado español con la famosa editorial Periférica, que ha llevado su obra hasta otro continente. Pero el francés es otro tipo de reto.
– Editorial Metéilié (que tradujo y publica el libro) me contactó hace un año y medio, más o menos. Dijeron que les gustó mucho el libro y comenzamos a trabajar para su edición francesa. La editorial tiene experiencia en publicar a autores latinoamericanos como, por ejemplo, Leonardo Padura, Rosa Montero, Gabriela Wiener o Hernán Rivera Letelier. Estoy feliz por esto.

Gabriel me cuenta el proceso de selección de su libro para la traducción y me pasa la portada, que es, como la de Periférica, una especie de cholet, esas construcciones andinas ya reconocidas por sus colores chillones y su arquitectura altiplánica. Detrás, el cielo como un fondo rosado pastel.
Pasados ya más de cinco años de su primera publicación, Gabriel señala, no sin cierta nostalgia, que Seúl, São Paulo lo llevó a muchos lados, pero que, así como un hijo, la soltó, la dejó vivir, y está dando sus “buenos pasos” por donde pasa.
– Siento que los papeles se han invertido: ahora el libro me construye a mí. Si en algún momento yo daba forma a la obra, ahora es la obra quien crea una versión de su autor; esta versión a veces se aleja mucho de la realidad o la devela de forma bastante concreta. El libro me ha abierto caminos que ahora recorro con mucho agradecimiento. Como toda wawa, la obra debe caminar sola y uno no puede vigilar cada paso. Me gusta observar su recorrido, un trayecto largo que no puedo controlar pero que me hace muy feliz.
Y es que todo libro es, de alguna manera, un parto.
Seúl, São Paulo ha llegado a muchos lectores, y me animaría a decir que son muy pocos las personas que habitualmente se compran libros y les tienen estima que no hayan llegado hasta él. El circuito literario lo ha adoptado con mucha estima, tanto que en pocos años logró una reedición con la editorial Dum Dum, que antes había publicado su otra novela El rehén.
Ya con un mercado boliviano relativamente logrado, su mirada va más allá. Pero, así como uno mira hacia otro espacio, también te miran desde ahí, te juzgan, esperan por ver lo que tienes.
– Cada lector mira una obra bajo la luz de su propia experiencia personal y nacional. Así como los autores arrastran una tradición, el lector arrastra una biblioteca que determina su visión de mundo. Las interpretaciones de Seúl, São Paulo en Brasil, por ejemplo, no fueron las mismas que en España. Ya que el libro habla bastante de Sao Paulo, las lecturas que se generaron en Brasil estuvieron determinadas por la alteridad que caracteriza a la diáspora boliviana en aquel país. Para los brasileños, como leí en una nota, leer Seúl, São Paulo fue el recordatorio de que hay un grupo migratorio gigante al que pocas veces se mira en clave literaria o intelectual. Por otra parte, en España el libro atrajo un público latinoamericano que encontró refugio en el hibridismo de los personajes; de esa forma, “lo boliviano” sirvió como excusa para pensar “lo latinoamericano”, algo que nunca se me había ocurrido en el proceso de escritura. En Bolivia, las primeras lecturas estuvieron influidas por tres eventos: los hechos de 2019, el Premio Nacional de Novela y la pandemia. Aquel contexto fue muy diferente al de las posteriores ediciones y eso muestra que un libro nunca depende de sí mismo sino de factores externos. Siempre digo que incluso afecta qué lugar ocupa tu novela en la estantería de la librería.
Con la alegría inmediata de la traducción de su querida novela al francés, Gabriel ya piensa en el futuro, en sus proyectos. En lo que ya tiene escrito pero falta pulir, dar una mirada más. Y es que todo escritor es un mundo. Toda persona es un mundo.
– El año pasado publiqué el libro álbum ilustrado Desorden junto a Lucía Mayorga y este año tendremos actividades con relación a esa obra. También estoy editando un libro de cuentos que se resiste a los últimos retoques y termino de escribir mi tesis de doctorado.
Gabriel, que en poco tiempo deberá regresar a Brasil, donde actualmente reside para culminar un doctorado, disfruta de sus vacaciones en Bolivia, de las lluvias, del calor hostil a veces, de la buena comida, esa que tanto identifica a este país, a la espera de, seguro, más logros para su carrera académica y literaria. Lo imagino comiendo una salteña o caminando por sus laderas favoritas, esas que tanto goza cada vez que viene acá.
Y es que la felicidad de un buen amigo es la propia.