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    [Anuario] La Selección, una corta historia de amor

    Por: Rodrigo Villegas

    Y fue así: un día la Selección comenzó a ganar. Fue como despertar de un letargo, de un sueño profundo y que parecía interminable. Una tarde, sin la esperanza de nadie – o de casi nadie –, la Verde marcó uno, dos, tres goles y nos infundió la fe, ese pálpito que lo transforma todo, de que podía pasar algo, suceder lo que tanto veníamos anhelando desde hace tantas décadas: volver a un Mundial de Fútbol.

    Todo comenzó cuando la Conmebol permitió que Bolivia jugara los partidos de Eliminatorias mundialistas en El Alto, en el estadio de Villa Ingenio, ubicado a 4.100 metros a nivel del mar. Ajustada a la llegada de Óscar Villegas como nuevo entrenador, los jugadores de la selección tuvieron que entrenarse en la cancha de Always Ready, a la espera del primer rival en aquel escenario: Venezuela.

    El partido se jugó el 5 de septiembre contra la Vinotinto, que llegaba hasta Bolivia envalentonada y en zona de clasificación para el Mundial venidero. No esperó a toparse con una Verde completamente distinta a su versión anterior, de algunos meses atrás, que no solo tocaba la pelota con desparpajo, sino que era efectiva en el área rival: el resultado final fue 4 a 0.

    Con una alegría recatada a pesar del conteo, la Selección ahora viajaba hacia Chile, donde le tocaba competir contra el rival de siempre, los de rojo y azul que alguna vez nos quitaron el mar.

    En esta ocasión el resultado fue más que inesperado: Bolivia venció 2 a 1 a los chilenos en su propia cancha, algo que no sucedía desde hace más de 30 años.

    La felicidad, ahora sí, era total. Los abrazos, las lágrimas incluso de algunos, con el corazón en la mano, a la espera de los siguientes partidos, de la fe para llegar a otro Mundial.

    Incluso, días más tarde, diferentes grupos musicales compusieron temas para la Verde, emocionados por lo que estaba sucediendo. La Bomba, de Azul Azul, esa canción que había pasado fronteras hace tantos años, volvía esta vez como un nuevo himno, ya que con esa melodía es lo que muchachos del equipo celebraban al ganar una y otra vez.

    El 10 de octubre todo brilló aún más: otra vez en El Alto, la Selección derrotaba 1 a 0 a una Colombia que venía no solo invicta en la competencia, sino que era segunda en la tabla general y subcampeona de la pasada Copa América. Con un golazo del nuevo ídolo de la Verde, el joven Miguelito Terceros, Bolivia se ponía aún más alto en su anhelo de llegar a una nueva cita mundialista.

    Pero el sueño “duró” eso: en el siguiente partido, contra Argentina – que venía de ganarlo todo: un Mundial y dos copas América –, la Verde fue aplastada por 6 a 0 en Buenos Aires.

    Semanas más tarde pasó algo similar con Ecuador: perdimos 4 a 0.

    Pero la fe persistía, la clave era ganarle a Paraguay para mantener el sueño vigente. En un partido muy reñido en Villa Ingenio, la Verde vio su corazón detenido, así como de todos los bolivianos que mirábamos el partido en vivo o desde alguna pantalla de televisión, cuando Julio Enciso marcaba el 2 a 2 de los paraguayos, lo que se sentía como una derrota para el ánimo nacional.

    Fue así que Bolivia pasó de la euforia a la tristeza de siempre, al vacío de esa espera que no llevaba a nada más que lo mismo: a quedar fuera de otro Mundial.

    Pero, a pesar de todo, la Selección quedó en puesto de repechaje – debido a que por este certamen se incrementaron dos puestos en Sudamérica para la clasificación –, por encima de Venezuela, Chile y Perú, que se quedan en la cola. A falta de seis partidos, con tres por jugarse en El Alto, ¿la Selección podrá brindarnos una nueva esperanza y llevarnos, de la mano de Miguelito Terceros, al siguiente Mundial? ¿O será que la fe se extinguirá y caeremos presos de nuestras propias expectativas, ya acostumbradas a la derrota de siempre?

    En lo que se responden esas preguntas, solo queda estar a la expectativa y apoyar a los nuestros, a los muchachos de verde. Que tal vez, solo tal vez, nos den una de las alegrías más grandes de nuestras vidas… Hay que esperar. Con el corazón en la mano, solo queda esperar.

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