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    [Crónica] La guerrilla que no fue

    Foto: MAS IPSP

    Por: Rodrigo Villegas

    Los medios se preparaban para lo peor: decían que habría de estallar una guerrilla en La Paz, una manchada de azul. Llamaban, tal vez sin pretenderlo del todo, a guardar las reservas, a hacerlas más grandes. A vaciar los mercados.

    “Con mi mamá salimos a comprar arroz, huevos, carne, papel higiénico y esas cosas. Decían que nos iban a cercar”, me cuenta Karen Mamani, psicóloga que vive con sus papás y que, informada de que una marcha prometía llegar hasta la sede de Gobierno y bloquearlo todo hasta conseguir la renuncia del presidente, decidió adquirir todo lo necesario para “resistir” los días posteriores.

    “Es Bolivia, el país del eterno bloqueo. Hay que estar preparados para todo”, me dice entre risas que bloquean la resignación.

    Porque sí, esta semana pintaba para otra cosa. Para el caos, para la rebelión. La del MAS, la de sus dos alas, enfrentadas hace ya un buen tiempo: evistas contra arcistas.

    Evo Morales había convocado a una marcha “para salvar Bolivia”, que había partido desde Caracollo, el martes 17 de septiembre. El fin: protestar contra la crisis económica, la subida en los precios de la canasta familiar y la escasez de combustible. Ahora, las razones reales: el reconocimiento del congreso de Lauca Ñ, donde se lo proclamó como único presidente del MAS y candidato presidencial en las elecciones de 2025, y el rechazo al referéndum promovido por el presidente Luis Arce, donde una de las preguntas sería si se debe o no dar pie a la reelección indefinida. Es decir, una marcha ante todo política.

    El domingo 22, ya con varios kilómetros recorridos, marcados por ataques violentos a algunos periodistas de distintos medios de comunicación, los seguidores evistas se enfrentaron con arcistas -que seguramente eran funcionarios públicos obligados a estar ahí para defender sus puestos laborales- en Ventilla, ya entrando a El Alto. Se lanzaron piedras, petardos, se golpearon. A pesar de la confrontación que parecía habría de terminar en algo peor, se detuvo. Solo hubo unas pocas personas reportadas con heridas leves.

    En el trámite, el Defensor del Pueblo pidió a ambos sectores que se organice un diálogo, que era lo único pausible para evitar una escalada de violencia, una que parecía habría de estallar 24 horas después, cuando llegaran a la ciudad de La Paz.

    Pero aquellos pedidos no fueron escuchados.

    “No creo que se pongan a dialogar. Están muy enfrentados. Evo quiere la cabeza de Arce”, me explica Antonio Velasco, sociólogo que se pasa la mayor parte del tiempo leyendo y pensando, ya que, por la situación actual, el trabajo merma. “Ahora, la gente está enojada por eso, por la subida de los precios en los alimentos. Por la falta de trabajo. Entonces todo puede pasar”, detalla.

    La cuestión es que llega el bendito lunes: las clases en los colegios se suspenden, así como en la universidad. Lo mismo sucede con las instituciones públicas. La Policía cerca la plaza Murillo. Y unos cientos de personas ingresan al sector para “defender al gobierno de Arce”. Se los ve con escudos, capuchas y, seguro, algún tipo de arma. Se han preparado para lo peor.

    La marcha arriba a El Alto, donde días antes Eva Copa había dicho que no los dejaría pasar, pero circulan con normalidad. No hay grupos de choque ni nada parecido. Es la mejor decisión para todos. Eso se verá más adelante.

    Bajan por la Autopista. Por lo que se puede comprobar, a pesar de sí ser un grupo multitudinario, es una marcha mermada. No aglutina los millones que Evo había anticipado. Días más tarde analistas dirán que Morales ya no tiene la convocatoria de antes, de años atrás. Que el hecho de haber sido visto en una vagoneta de lujo en plena movilización hizo que muchos marchistas se quedaran en el camino, decepcionados de su líder.

    Llegan hasta La Paz, pero se quedan en la Cervecería, por la avenida Montes. Ahí instalan un mitin donde, muchos medios se animan a anticipar, bajarán hasta plaza Murillo para dar un golpe de Estado.

    Pero aquello no sucede: hablan desde una tarima, se congregan y piden cosas. Evo dice que se arrepiente de haber puesto a Arce en ese lugar, el de la presidencia, e increpa a muchos ministros de ser narcos y drogos. Cuando termina, para la sorpresa de todos, avisa que ahora se regresar para el Chapare, donde vive, para seguir en el sembrado de sus tambaquís.

    El público queda anonadado. Antes de eso piden, como resolución, la renuncia de ministros. Si no son escuchados, afirma Evo, se procederá a un bloqueo nacional de caminos.

    Beben, cantan y, extrañamente, se van. Unos pocos se enfrentan con otros menos por la Montes, pero la “batalla” dura media hora. No hay heridos.

    Los medios se quedan atontados: como se mantenían a la espera de algo más grande, ahora solo queda improvisar. Claro, lo hacen con alegría: no hay muertes, no hay sangre. Es, a pesar de todo, un buen día.

    Días más tarde Evo suspende el bloqueo de caminos “para no afectar la economía del país”. Las clases en la universidad y colegios retoman la normalidad que perdieron sin sentido. Es que el miedo, el temor, es una astilla que está en la mente de todos nosotros.

    Claro, ahora volvemos, la población y los medios, al rival de las últimas semanas, uno que, a pesar de esta marcha y del conflicto masista, no se retiró: los incendios. Gracias al cielo, llueve en el oriente del país, donde muchos fuegos se disipan.

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