Foto: Alcaldía de Cochabamba.
Por: Rodrigo Villegas
Evo parte desde Caracollo hacia La Paz. Sale el martes, con cientos de militantes, hacia la sede de Gobierno, donde pretende llegar en una semana. Piden, entre otras cosas, que se reconozca su congreso, el del MAS en Lauca Ñ, donde lo proclamaron como candidato presidencial para 2025.
Un día antes, Ponchos Rojos bloquean la carretera a Copacabana. Insisten en cerrar otras carreteras, pero de momento solo se quedan con esa. No hay turismo hacia el lago.
El aire se disipa y mejora, aunque los incendios persisten en el país. Todo parece ir mal.
Capaz el único antídoto a esos malestares –además de ayudar con lo que se pueda, por supuesto– sea huir, olvidar el presente al menos por unas horas. Es egoísta, sí, pero cada quien carga con sus problemas.
Entonces salen las opciones y la que destella es Cochabamba. Además, aquel sábado cae justo 14 de septiembre, un aniversario más de la ciudad “más bonita del mundo”, así como me dijo alguna vez un amigo y con quien compartí inmediatamente aquella afirmación. Hasta podría tatuármela.

Porque Cocha es un jardín inmenso, un poblado en el que se vive para comer más que lo que se come para vivir. Es un tesoro.
A diferencia de La Paz, en Cocha se puede desayunar un plato de comida, de esos que las caseras venden desde muy temprano en cercanías de la Terminal, en la Cancha. Me siento en una silla pequeña y como el chuño, fideo y huevo que me pasa una adolescente que trabaja con su madre.
Pienso en el tiempo que viví aquí, en 2022, donde aprendí a amar esta ciudad, sus calles, su clima, su gente.
Luego es el tiempo, que corre rápido, que nos hace dar ganas de comer. Así que ahí es un minibús hacia Sacaba, uno que me confunde y lleva por otro camino pero que me deja en la localidad, en su plaza pequeña. Camino un poco, desconcertado, y pregunto cómo llegar hasta los chicharrones Los originales. Me indican y subo otra vez a un mini.
En el minibús veo una calcomanía de Manfred, el alcalde de la ciudad. Y futuro candidato presidencial. ¿Será que logra coronar esta vez aprovechando la trifulca entre los dos bandos del MAS?
Habrá que verlo, esperar y ver cómo se van dando las cosas. Si la oposición logra, por fin, generar una sola alianza. Pero se ve muy difícil. Al igual que Evo y Arce, el poder es un lugar para uno solo. Solo existe una corona.
Ya en Los originales es el chicharrón, enorme, y una jarra de guarapo. Es el salud, contigo. Es escuchar canciones de Los Kjarkas mientras embadurnas el mote con la llajua.
Derrotados, luego viene el regreso a la ciudad, al descanso. Cuando se hace de noche, es la España, brillosa, azul y roja. Son dos cervezas y luego una jarra de vodka. Es la plaza 14 de septiembre y su frescura, sus palmeras.
No me conecto a las redes, olvido, al menos por unas horas, lo que sucede en el mundo, en mi Bolivia.
Al día siguiente es Tarata, es su plaza, sus helados tradicionales. Elijo el de maracuyá con leche. Luego vienen los choricitos, la Báltica caliente que se bebe de igual forma porque la cerveza no se rechaza, menos en Cocha. Después, para darle más color, llegar la aloja, suave, concentrada. Se regresa a la ciudad en la oscuridad de la noche.
Ya en el mercado Calatayud, una señora de pollera ve cómo dos tipos jóvenes le sacan la cartera al frente de todos nosotros, que no podemos hacer nada porque vuelan como pajaritos, se meten a una instalación y desaparecen. La señora, desconcertada, solo putea al lado de su hija, que no sabe qué hacer.
Compro pan de Arani para llevar a casa y un boleto en Cosmos. El pasaje, por ser domingo en la noche, está en su tope. Pienso en lo mucho que no quiero dejar esta ciudad, en que me faltó comer algo de Correos o el api de la San Martín. Quedo un tanto entristecido pero a la vez con la certeza de que regresaré pronto. Es una obligación. Como este fue un viaje express, ni siquiera pude saludar a los amigos, que son lo más lindo de esta tierra.
Cierro los ojos y despierto en La Paz, otra vez. Reviso mi celular y me reconecto con el mundo. Será una semana difícil, pienso, y más aún la otra, cuando Evo y sus seguidores lleguen hasta aquí. La única esperanza es que no haya violencia ni nada parecido. Y que Cocha, la ciudad más bonita del mundo, siempre estará allí, no se moverá.