Ilustración: Sheila Hicks
Por: Carlos Decker-Molina
Pasaron unos días y mi amiga volvió a convocarme al mismo café alternativo. Seguramente ya se le había pasado la furia de aquel día en que se despidió con el dedo tieso. La conozco bien: su postura inclusiva, su apoyo entusiasta al movimiento #MeToo, a los derivados del Socialismo del Siglo XXI como el indigenismo, y sus reflejos del woke estadounidense son parte inseparable de ella.
En otras ocasiones he tratado de invitarla a la reflexión. Le recordé, por ejemplo, que durante la fiesta de fin de año —entre el 24 y el 25— a la que ambos asistimos, la batalla cultural a la que ella dedicaba su vida parecía estar siendo ganada por una derecha rejuvenecida, que reflotaba viejos reflejos anticomunistas y se aprovechaba de calificar de comunista por ejemplo el lenguaje inclusivo y el llamado progresismo.
La izquierda en la que milita sigue pensando que posee el monopolio de la verdad histórica, refugiándose en la cultura del victimismo, abandonando la teoría y reemplazándola por eslóganes sensibleros. Le sugerí que releyera a Frantz Fanon, quien en Piel negra, máscaras blancas, afirma:
“Yo no soy el esclavo de la esclavitud que deshumanizó a mis ancestros”.
Yo diría hoy: «Yo no soy el colonizado de la colonización que deshumanizó a mis ancestros».
Y también le cité a Heráclito:
“El hombre de ayer no es el hombre de hoy, y el de hoy no será el de mañana”.
Cuando llegué al café, ella ya me esperaba: besitos en las mejillas, las preguntas de siempre, las mismas respuestas de siempre. Hijos, nietos y hasta una bisnieta de parte mía. Pero algo en su ansiedad delataba que no estaba en paz. Hasta que me preguntó, casi de golpe, si conocía la historia de Jean Améry.
—Sí, pero no mucho —respondí—. Sé que compartió celda con Primo Levi. Se suicidó, ¿no? Fue una víctima que sobrevivió al Holocausto… no sé mucho más.
—Ah… ¿y no conoces su cita más famosa?
Me quedé en silencio. Recordaba haberla leído en algún contexto, pero ahora me fallaba la memoria. Balbuceé, no muy seguro:
—¿Te refieres a “ser una víctima en sí misma no es un honor”?
Mi amiga sonrió, porque en realidad pensaba en otra. Siempre hemos tenido esa vieja costumbre de competir en lecturas: batallas verbales sin muertos, apenas heridos de amor a la razón. Aspiró profundo y me lanzó un dardo de conocimiento:
—Jean Améry escribió un alegato precioso y conmovedor en “Charles Bovary, médico rural”. Deberías buscarlo; hay edición en castellano.
—Me sorprendes… ¿Charles Bovary no es el esposo de Emma en la novela de Flaubert? ¿O se trata de otro personaje creado por Améry?
—Es justamente una crítica a Flaubert, que dibuja a Charles como un personaje ridículo, débil, casi tonto.
—¿No me dirás que Flaubert era machista?
—Améry busca dignificar a la víctima: a Charles, que amó a Emma hasta después de su suicidio, a pesar de sus traiciones. Incluso ataca a Sartre por haber respaldado la mirada de Flaubert.
—Me interesa. ¿Me prestas el libro?
—Tengo un PDF, te lo puedo enviar. Hay un fragmento que me sé de memoria: “Charles, desamparado por su creador, está solo consigo mismo”.
—Bueno… así es la literatura. A veces, un personaje es sacrificado en nombre de la historia.
—Sí, pero Améry, como víctima del Holocausto, se sentía solo como Charles Bovary, como todas las víctimas. Por eso, levantar la voz contra la soledad de los derrotados sigue siendo una tarea esencial, ya sea por tus quechuas y aimaras, o por mis mapuches.
—No te olvides de la cita que sí recuerdo de Améry: “Ser una víctima en sí misma no es un honor”.
Él se oponía a los monumentos que consagraban a las víctimas del Tercer Reich. ¿Estarías de acuerdo en erigir un monumento a las víctimas de la ESMA en Argentina o del Estadio Nacional en Chile?
—Por supuesto que sí, del mismo modo que apoyo derribar monumentos colonialistas o racistas.
—¿También el de Colón?
—Claro.
—Pero… Colón fue un hombre de su tiempo. No lo defiendo, sólo intento ponerlo en su lugar. ¿Qué habrías pensado si fueras una joven habitante de 1842? Tú, curiosa, amante de la lectura y del análisis, ¿no habrías soñado, sentada en la arena, mirando el inmenso horizonte, con saber qué había más allá? ¿No habrías buscado un mecenas que financiara una expedición hacia lo desconocido? Claro, el sponsor de Colón fue la Corona española y la Iglesia católica, que acababan de expulsar a judíos y moros. Esa parte de la historia no puedes borrarla.
—Son símbolos del colonialismo…
—Sí, pero derribar símbolos no borra la historia. Y si destruyes la historia, se lleva consigo también la rueda, la lengua, y los saberes que el colonizador —para bien o para mal— transportó.
—De acuerdo, pero no admito que ahora pretendan presentar la colonización como una forma de modernización de nuestro continente. No olvides que exterminaron pueblos enteros. Lee el libro de Juan Carlos Piñeyro: Genocidio y esclavismo en la cuna de la modernidad.
—¿Te refieres al uruguayo Piñeyro, no?
—Sí.
—Lo leí. Es un libro importante. Abre el debate, y eso es necesario. Pero una cosa son los crímenes, y otra, reescribir la historia como si la política fuera una máquina del tiempo al estilo de las películas yanquis.
Seguimos divagando sin rumbo fijo, hasta que me animé a preguntar:
—¿Y el poema inclusivo para el Pyórimero de Mayo?
—Una compañera le el primer verso de *La Internacional* en lenguaje inclusivo: “¡Arriba parias, parios y paries de la tierra!” Después leerá su propio poema… aún no lo he escuchado.
No quise opinar; ya había tenido suficientes escaramuzas dialécticas por un día. Antes de despedirme, le dije a mi entrañable amiga:
—La izquierda —tu izquierda— confunde a veces las grandes pasiones con los pequeños berrinches. Incluso cuando se vuelve radical. La política identitaria no es más que política de grupos de interés. Lee a Susan Neiman; no es de derecha.
—Me la citas cada vez que nos encontramos. ¿No tienes otre autore?
—Lee a Carmen Domingo, que escribió Cancelado, o a Umut Özkirimli, con su libro Cancelados, cuyo subtítulo dice: “Deja atrás lo woke por una izquierda más progresista”. O Aporofobia, de Adela Cortina, un desafío para la democracia.
Esta vez no me mostró su dedo índice tieso, y yo me reprimí de responder con un corte de manga francés. Será en otra ocasión.