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    [Crónica] Bailando bajo la lluvia

    Por: Rodrigo Villegas

    ¿Por qué bailas? ¿Por qué bailamos? ¿Qué hace que nuestros cuerpos se estremezcan, gocen con el movimiento de las piernas a través de la música? ¿De los brazos, de la cabeza, del corazón?

    Es de noche (las 21.00) y decenas de diablos, caporales y morenos bailan en la lluvia, en el frío de El Alto, más intenso aún por el viento, que cala los rostros de muchos de ellos. No de los que reposan de danzar por horas y que ahora están resguardados en las carpas armadas para tomar té con té –la botella a Bs 10– o algo más fuerte, sino de los bailarines, estudiantes, administrativos y docentes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) que festejan la XVI entra folclórica de la institución y que persisten en su odisea.

    La fiesta, que comenzó a eso de las 09.30/10.00 – dos horas más tarde de lo programado (08.00), como sucede en casi todo evento de este tipo –, congrega ahora, a esta hora de la noche, a los sobrevivientes, a los que debieron ingresar al final, en lo oscuro.

    Uno de ellos es Francisco Condori, estudiante de cuarto año de Derecho, que ingresa con la fraternidad “Morenada la verdadera elegancia”, que representa a su carrera. Cuando le pregunto, en medio de la lluvia, por qué baila, me responde:

    –Porque, a pesar de todo, amo mi carrera. Y a mi universidad. Esto es un formar parte de algo, de compartirlo con mis amigos, compañeros y docentes. Ahora, también porque me gusta bailar. Porque le da algo a mi cuerpo que no podría explicar…

    Condori detiene su respuesta cuando uno de sus amigos morenos le pasa una lata de cerveza, la bebe para hidratarse y continuar con la alegría. Lo dejo disfrutar y me alejo.

    La entrada, que se realiza en la extensa avenida Juan Pablo II, cuenta con al menos 52 fraternidades de las distintas carreras de la UPEA, donde destaca la de Derecho, que participa con seis conjuntos. Como si fuera un castigo o premio por ser los más numerosos, la organización los pone para el final, para la noche.

    –Bailar es devoción, en este caso a nuestra querida UPEA, nuestra segunda casa. Es la tercera vez que participo –, me explica Fernanda Espejo, que baila en la fraternidad “Los diablos de Derecho”, que ya lleva el nombre de la carrera que representa. Tiene los cabellos largos plenamente mojados, así como su traje. Pero sigue, no deja de moverse, de saltar. De sonreír a pesar del cansancio, de la espera.

    Y es que bailar puede ser eso, escapar de las normas, de lo moralmente establecido a diario – bailar en plena Ceja, por ejemplo, sorpresivamente a cualquier hora de la mañana en un día habitual podría verse como un signo de locura o algo similar –, de lo que hasta, en muchas ocasiones, los padres no quieren. Bailar puede ser un acto de rebelión contra el mundo, contra el qué dirán. Bailar, por supuesto, es ante todo una forma de ser feliz, de sentir adrenalina, de gozar que hay un corazón que palpita, unas piernas que – aún – se mueven. De enfrentarse a la rutina diaria para, por una vez al año, comprender que el baile puede ser unión, algo que recordar para toda la vida.

    Bailar puede ser una forma de vida.

    Ya casi al final de la entrada, apenas a las 22.00, un contingente policial compuesto por al menos 50 agentes del orden espera atrás para desocupar la fiesta. La lluvia arrecia, pero los fraternos, que no quieren dejar de bailar, siguen su recorrido, las pocas cuadras que quedan para llegar a la Chacaltaya, donde oficialmente se termina “la gloria”.

    Liderando una fraternidad de morenada, un muchacho que seguramente no pertenece a la carrera pero que no es echado de ahí ni nada por el estilo baila en polera, en el frío que te marca la piel. Tiene el cabello – levemente teñido de amarillo – sopado en lluvia. Pero sonríe con mucha alegría. Está claramente ebrio, pero eso no detiene sus pasos. Es más, los impulsa.

    Me compro una botella caliente de té con té y me voy, un poco menos mojado que él, antes que me den ganas de imitarlo. Seguramente tendría un resfrío completamente asegurado. Él lo tendrá.

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