Por: Rodrigo Villegas
Son unas veinte, treinta personas. Esperan en El Alto, en la calle 2 de la Ceja, a un hombre. A un político, a un exmilitar. Sostienen banderas guindas con rojo. Hablan, intentan convencer a otras mujeres, a jóvenes, para que se queden, para que los acompañen. Aguardan por Manfred, por Reyes Villa, el actual alcalde de Cochabamba y futuro candidato a las elecciones presidenciales de este país. Porque para eso llegó hasta acá, para formalizar alianzas con organizaciones sociales de la ciudad, para obtener votos. Cuando aparece, con gafas negras y su tradicional bigote oscuro, las treinta personas se convierten en, tal vez, cincuenta. Es la curiosidad, las ganas de ver, de tocar algo nuevo. De visualizar, capaz, al siguiente mandatario de Bolivia.
Porque si algo hemos aprendido en esta vida y en este país es que todo, absolutamente todo, puede suceder. Con un masismo en uno de sus peores momentos, dividido entre el ala de Evo Morales –vilipendiado por las consecuencias de los bloqueos y las denuncias de presunto estupro y trata y tráfico– y Luis Arce –repudiado por una buena parte de la población por la crisis económica, por la escasez de combustibles y de dólares–, la oposición parece encontrar en este momento el valor para lanzarse al frente y aprovechar la sangre (azul) derramada.
Es así que Manfred llega abrazado por sus feligreses, la mayoría caras nuevas que intentan aferrarse a su popularidad, a su posibilidad de ocupar la silla presidencial en poco tiempo. Un día estás ahí, repartiendo banderas, pegando carteles en las calles en plena madrugada, y al día siguiente eres viceministro u ocupas un cargo un poco menor (o mayor).
Hasta se escucha, de repente, un “¡Que viva el capitán Manfred Reyes Villa!”, secundado por el grito de los demás. Oír vítores a un “capitán”, con toda la historia previa alteña – con todas esas balas disparadas, esos asesinados por armas de los uniformados –, puede ser grotesco, inesperado. Como si se cruzaran esos “ríos de sangre”, famosos por haberse repetido más de una vez en el pasado boliviano.
Hace unas semanas, en “encuestas” – hace unos días apareció una en la que se daba a Tuto Quiroga un amplio margen como ganador de este tipo de cuestionarios, así que ya es difícil creer en cualquier información de este tipo –difundidas por medios, Manfred aparecía como el opositor mejor parado de todos, más que Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, entre otros líderes. Es así que, atento a esta movida, Reyes Villa no deja pasar la oportunidad: viene apareciendo poco a poco en las pantallas de televisión para hablar ya no solo de su ciudad, sino del país entero, y hasta propuso ideas como la de convertir a Bolivia en una Dubái.
Repito, en política todo puede pasar: Donald Trump ganó las elecciones de Estados Unidos hace unas semanas a pesar de los juicios que tenía en contra. No solo venció, sino que lo hizo con una fuerza mayor a su victoria pasada. Ahora tiene más poder en el Congreso. Así como se dice del fútbol, esta es también “una dinámica de lo impensado”.
Llevado casi en hombros, Manfred recibe guirnaldas y es arropado hasta su entrada al edificio Illimani, donde, en el segundo piso, brinda una conferencia de prensa en la que anuncia que su nuevo partido, denominado Súmate, logró las firmas necesarias para consolidarse como una agrupación de alcance nacional.
“¡Se siente, se siente, Manfred presidente!”, gritan sus ahora correligionarios, que seguramente ya se lamen las manos a la espera de futuros puestos estatales, de dinero fácil. Es la política, ese juego.
Minutos antes, cuando todavía esas treinta personas lo esperaban, mientras jugaban a encender pirotecnia, desde una tienda cercana se escuchó fuerte la canción del MAS, la de “MAS, MAS, MAS, ya somo más, a someternos nunca más…”, tradicional de la época de Evo. Aquella melodía fue colocada a propósito, por supuesto, como si dijeran: El Alto aún es azul.
Chiflados, tuvieron que detener la canción, por supuesto. Era una afrenta extrema para el ambiente del lugar.
A la vez, en ese mismo instante pero a kilómetros de distancia, en la misma ciudad, se llevaba a cabo La Ruta del Libro, en su segunda versión, un evento literario que congregaba a más de diez bibliotecas y espacios culturales, a decenas de escritores y artistas que expondrían sus trabajos, sus ideas.
Entre muchas de esas actividades se encontraba la de “¿Cómo se escuchan los libros?”, que se difundió por la Radio Wayna Tambo, donde a través de un programa de cinco horas – de 10.00 a 15.00 – autores leyeron fragmentos de sus libros, acompañados de canciones y charlas. La literatura también puede ingresar por el oído, por supuesto.
El Club de Lectura de El Alto organizó una ruta con bicicletas, donde de tanto en tanto, a modo de descanso de conducción y visita a centros culturales, se leían fragmentos de novelas y cuentos, como, por ejemplo, de Yo maté a un perro en Rumanía, de la peruana Claudia Ulloa Donoso, publicada por la editorial boliviana Dum Dum, que fue leída por Keila Vásquez, una de las principales organizadoras de la Ruta del Libro como tal.
Así, en distintos puntos de la urbe – localizados en un mapa muy detallado, diseñado por los encargados de llevar a cabo el evento –, la población alteña pudo reconocerse en los libros, en las palabras escritas de alguna forma para ellos, para ser encontradas en algún momento de sus vidas. Estoy seguro que los organizadores levantaron esta ruta, en una tarea siempre muy esforzada, para eso, para conseguir aquello que alguna vez les pasó: ver su vida cambiada por la lectura de un cuento, una novela, un poema o un ensayo.
Estoy convencido, también, que la lluvia, la intensa granizada de la tarde, no los detuvo ni en el Sisa Katari, en la Altusa, en el Waliki, en el museo Antonio Paredes Candia, en el Wayna Tambo y en ninguna de las instalaciones donde se prepararon un montón de actividades. Porque así son ellos, fuertes, esperanzados. Son una más de las piedras angulares para que El Alto muestre su faceta artística. Para ensalzarla y demostrar que no solo es una de las ciudades con más crecimiento demográfico, sino cultural.
Ahora, me pregunto: ¿Manfred leerá? ¿Los políticos leerán?
Deberían.