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    [Crónica] Siempre hay un final: hasta pronto a la Feria del Libro de La Paz

    Por: Rodrigo Villegas

    Siempre hay un final, una noche en la que las luces se apagan, en la que los stands deben cerrarse para no abrirse al día siguiente, sino después de un año. Cuando los libros son guardados en las cajas en las que llegaron y que deberán regresar a sus respectivas librerías, donde esperarán a que sus trabajadores, agotados por doce días continuos de intensidad, reposen lo suficiente para abrirlas y colocar, uno a uno, los libros a su estante habitual. Sí, siempre hay un final, y ese fue el domingo 11 de agosto a eso de las 22.00, cuando los pocos visitantes que quedaban merodeando en el Campo Ferial Chuquiago Marka, a la compra de alguna última novela, entendían que en pocos segundos aquella isla se cerraría hasta la siguiente gestión, aquel universo de historias que sucede una vez al año en La Paz: la Feria del Libro.

    Sí, siempre hay, lastimosamente, un final.

    Creada en 1996 por la Cámara Departamental del Libro de La Paz, la feria es un espacio de interacción entre libreros, autores, editoriales y, por supuesto, compradores, gente que llega desde muchas partes de la ciudad y del país, en busca de algo más que un libro: una aventura, una historia, o una tarde linda que pasar en familia, con la pareja o los amigos.

    Valentina Torrejón, joven escritora cochabambina y colaboradora en esta gestión del stand de Nuevo Milenio, editorial nacional, cuenta que vino desde la Llajta por solo dos días para ayudar en la venta de libros, pero que quedó “enamorada” de la ciudad paceña -adonde no regresaba desde hace unos diez años-, de su hermoso caos. Pero, claro, se centra más en su experiencia en la feria, donde relata que el ver a tantas personas llegar hasta su stand, así como de tantos otros, es una experiencia muy linda, ya que se observa cómo personas de distintas edades se llevan libros recién comprados con la esperanza de encontrar un cierto impacto de felicidad en su lectura, pero también en la expectativa.

    Cuestión que es confirmada por Valeria Valverde, que fungió como vendedora en Editorial 3600, y que explica que las personas que llegaban hasta el stand se iban muy felices con sus libros en mano o en una bolsa. Y que un plus de las editoriales bolivianas es contar de tanto en tanto con sus autores ahí mismo, en los stands, ya que eso logra que los compradores se ilusionen con tener no solo el autógrafo de ellos, sino que llegar a conocerlos casi siempre es una alegría extra con la que se quedan.

    “Hay tres tipos de público que suele llegar a la feria. La gente que está de paso y tal vez se lleve algo. Las personas que sí quieren comprar un libro, pero no saben muy bien qué, así que te piden ‘sugerencias’ dependiendo al estilo que buscan. Y luego está el tercero, que son los lectores habituales, que llegan con títulos ya definidos, con libros de sus autores favoritos, y se llevan dos, tres o más libros. Lo interesante es que siempre vuelven, no se conforman con eso. Al final, terminan llevándose unos diez o veinte libros en general, en los doce días de feria. Recuerdo que me decían: ‘Gasté más de lo que debía en libros, estoy quebrado’. Claro, entre risas. Y nosotros, los vendedores, les respondíamos que era un buen gasto, les prometíamos que iban a pasarlo bien con esos libros que se llevaban. Que hay pocas cosas más lindas que quedar pobre por un buen libro”.

    Miguel Carpio, escritor boliviano que justamente llegó a Bolivia pocos días antes del comienzo de la feria -pasó dos años en Irlanda y ahora, a menos de una semana de concluida la feria, tuvo que irse a Estados Unidos- cuenta que la feria siempre es un lindo espacio para interactuar y conocer gente, además de un lugar donde te encuentras con muchos amigos del medio literario.

    “Esta feria fue especial para mí porque era la primera en la que participaba sin ser vendedor en un stand, cosa que hice por siete años (lo que siempre me gustó, como todo amante de los libros). Segundo, porque tuve la oportunidad de presentar mi más reciente novela, Dejad que los niños vengan a mí, que había sido publicada hace poco y que tuvo una linda recepción de la gente”.

    Lo que dice Miguel es verdad: pocos días después de la conclusión de la feria, su novela se posicionó en el Top 5 de mayores ventas de Editorial 3600, donde salió el libro.

    “Claro, además de las cosas lindas de la feria, siempre hay detalles que mejorar desde distintos ámbitos, ya sea desde nosotros como autores hasta las editoriales y, por supuesto, la organización como tal de la feria. Pienso en el apoyo institucional, que debería ser mayor para que la feria crezca aún más, ya que existe ese potencial. También nos falta representación afuera, ya a un plano internacional, en las ferias del libro de Latinoamérica, donde se podría participar y donde se apoyaría de esa forma a la literatura nacional fuera de nuestras fronteras”.

    El también escritor Daniel Averanga, que en esta gestión de la FIL estuvo instalado en el stand de Editorial Kipus, es un poco más punzante en este sentido: critica cierta falta de organización en la visita y recorrido de los colegios, por ejemplo, o el vacío registrado en los primeros días de feria, donde el campo ferial parecía “un pueblo fantasma”.

    A pesar de que aquello se debió en gran medida al paro de transporte del jueves 1 de agosto y a la crisis económica en la que Bolivia se encuentra -de momento- buceando, Averanga asegura que se pudo haber hecho “algo más” para que la gente acuda con mayor prestancia a la feria.

    “Con todo, me fue muy bien en las ventas, donde mis novelas más vendidas fueron Emma contra el reino de las sombras y La puerta. Pero, a comparación de gestiones anteriores, decayó bastante la venta por esta cuestión de la escasez de dólares en el país, lo que inevitablemente repercute en el bolsillo de la gente, que no compró como otros años”, detalla Daniel.

    Cuestión que es corroborada por Carpio, que cuenta que vio una oferta internacional limitada debido a la menor importación de libros del exterior, eso debido a la falta de la divisa americana en el país, y que lo poco nuevo que llegó a Bolivia se veía a precios muy inflados, lo que evitaba la ansiada compra.

    Eso sí, cada enfermedad tiene su remedio o paliativo. En este caso fueron las editoriales nacionales, que habitualmente ofrecen libros más económicos que los de afuera, los importados.

    A Editorial 3600 le fue muy bien -capaz un poco mejor que a sus compañeras nacionales- por varias cosas: la calidad de su gente en venta, que se destaca por su animosidad y predisposición ante los potenciales compradores; por los precios de los libros, que no pasan de los Bs 100 en su gran mayoría; y por su creatividad: en este año instalaron una “ruleta de la fortuna”, en la que por cada compra que hacías en el stand tenías derecho a un giro, en el que todas las opciones tenían un regalo, ya sea de un libro, unos separadores, revistas o descuentos en las siguientes compras, lo que motivaba a las personas que ya habían adquirido un libro a llevarse algo más o volver otro día, con la garantía de contar ya con una ventaja.

    Y es que la creatividad y buena onda hace mucho ante cualquier crisis. Y eso no solo en la venta de libros, sino en la vida misma.

    A pesar de la crisis económica y de los paros y bloqueos, la gente llegó hasta la feria “a como dé lugar”. Según datos de la Cámara Departamental del Libro, a esta versión de la FIL asistieron 101 mil visitantes, lo que superó las 99 mil de la gestión pasada. También se detalló que el 6 de agosto, feriado nacional y ya el tradicional día gratis, llegaron 21.517 personas, a las que les tocó hacer filas enormes para ingresar a la feria, pero que lo hicieron con una predisposición total.

    Y es que nadie quería perderse la fiesta. Porque en el fondo la feria es eso: un lugar en el que se buscan píldoras de felicidad.

    “Hermosa la feria, volveré”, detalla Valentina, la cochala que volvió a su ciudad y que, a falta de un año, ya espera que la FIL La Paz retorne para poder empaparse de libros una vez más.

    “Conocí mucha gente linda, y ver a tantas personas felices con sus libros es una experiencia única”, finaliza Valverde, que asegura que hay pocas formas de empobrecer y cansarse por doce días sin parar mejores que en la feria.

    Tiene razón.

    Ahora, en la espera de la feria de 2025 -que se promete con una de las más importantes y trabajadas debido al Bicentenario de Bolivia-, toca leer los libros comprados. Que ojalá, con suerte, hayan sido muchos.

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