Por: Rodrigo Villegas
Ha fallecido hoy la escritora canadiense Alice Munro, una de las más grandes cuentistas de la historia. Tenía 92 años y un Nobel de Literatura (2013), entre otros premios, en su espalda.
Entre tantas influencias se la tenía como la heredera de Flannery O’Coonnor, Carson McCullers y el mismísimo Anton Chéjov, capaz el mejor cuentista de la historia al lado de Edgar Allan Poe. Y sí, seguro que sí, al final de cuentas todo escritor es resultado de sus lecturas y de su pasado, de su infancia y su adolescencia. Pero Munro supo darle forma a esa fuerza que ya venía en su tradición.
Principalmente cuentista, escribió libros de relatos maravillosos como El progreso del amor, Las lunas de Júpiter o Demasiado felicidad, entre muchos más, que se centraban en las relaciones humanas, las de los amores, familias, madres e hijos que veían cambiar sus vidas a través del tiempo. Su espacio más que la ciudad era el campo, la pradera, las granjas donde creció y formó su elegancia y templanza a la hora de construir personajes dignos, humildes en el fracaso.
Personalmente le tengo un gran cariño, ya que con Munro entendí que un cuento no tenía que acabar siempre en el impacto, en el giro de tuerca, sino que podía endulzarse con ciertas amarguras, con retratos más honestos de “la vida”, de lo que pasa a diario. Que un cuento podía tener más de 20, 30 páginas, y no aburrir, sino alumbrar. Por ella llegué, poco a poco, a otros escritores y escritoras que apostaban por lo mismo, por ese manejo de escena.
Munro nos dejó, como todos los artistas que se van de este mundo, su obra, sus magníficos cuentos, que ahora, más que nunca, deberíamos leer. Son joyas que no paran de brillar.