Por: Rodrigo Villegas
El 2 de mayo, un día después del feriado por el Día del Trabajo, me fui a pasear por el centro de la ciudad, pero también por El Alto. Por cuestiones de logística e improvisación -que es el modo por el que se rige mi vida últimamente-, me reuní con un amigo periodista para coordinar cuestiones de un proyecto en el que ambos pretendemos ganar unos pocos pesos más que añadir a nuestros ya no tan buenos salarios. En el trámite me contó, mostrándome su departamento en construcción, que solo faltaban unos pocos detalles para terminarlo, más que todo cuestiones de afinar las paredes, las ventanas. Que estaba en eso unos cinco o más años, en la elaboración de un lugar propio en el que vivir y morir.
He invertido un montón de plata, pesito a pesito, me explicó ya cuando nos despedíamos.
Bs 25 mil de sueldo
Días antes de aquel jueves post feriado nacional, el presidente Luis Arce promulgó la ley que incrementaba los salarios para esta gestión: un 5% al salario mínimo y poco más del 3% al haber básico. Lo hizo acompañado de los máximos dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB), que más parecen ministros de Estado que lo que antes fueron, una vanguardia del proletariado.
Ahora, me puse a pensar y a ver en muchos medios, es decir las repercusiones, ¿qué tan bueno era esto?
Es decir, debería ser algo genial, dinero demás al sueldo de cualquiera le viene de perillas. Pero habría que analizar seriamente cuántas personas son asalariadas en el país y cómo vamos económicamente como Estado, ya que, como el mismo Arce anunciaba días después, “el gas se ha agotado” y las cuestiones con el litio no van muy bien que digamos…
En fin, a pesar de todo eso y de lo que pareciera ser más una movida política y de campaña electoral, habría que pensar así, en serio, en la situación de estabilidad laboral de la población.
Hace poco leí un informe en el que se afirmaba que solo el 20% de la gente de este país trabaja en oficina o, mejor dicho, tiene un sueldo fijo. Que el otro 80% (¡80!) sobrevive a través de lo informal, del comercio o de contratos en los que no están estipulados beneficios sociales como el aguinaldo, vacaciones o seguro social. Tampoco les sirve este incremento, por supuesto, ya que no les tocará. Es decir, solo un grupo muy reducido se ve favorecido con esta subida.
Subida que ya anuncian los choferes en sus pasajes, “como una nivelación”, anuncian. O los colegios privados, que piden también incrementar el costo de las pensiones. Y ni qué decir, si estas dos cosas pasan, cómo subirá todo en el mercado…
Mientras investigaba estas cosas para esta crónica me topé con una noticia más que desagradable: ante este incremento, el presidente Luis Arce verá su ya jugoso sueldo llegar a los casi 25 mil bolivianos, y el vicepresidente David Choquehuanca logrará casi unos 24 mil bolivianos. Una maldita locura. Claro, los diputados y senadores, que ganan un poquito menos, igual verán sus sueldos llegar hasta las nubes. Mientras tanto otras personas…
Cuando no alcanza ni para el caldo
Ya de regreso en mi paseo de jueves por la mañana, antes de retomar mis labores diarias, caminé y caminé mientras veía cómo la gente vendía de todo, literal, con el fin de ganar solo unos pocos pesitos, literal.
Es decir, ¿cuánto se puede ganar por una afeitadora, un tenedor, un huato de zapato? Seguro que casi nada, pero es lo que queda.
En el trámite, ya casi en la hora de tener que retornar a casa, comí algo cerca de la plaza Ballivián. Luego bajaría por ahí, por las gradas, y me subiría a un minibús y luego a un puma donde, casualidades de la vida, leería una crónica del gran Truman Capote que titula Un día de trabajo, donde acompaña a una trabajadora de hogar por las distintas casas que le toca limpiar. Pero antes me senté en una banca de madera, al lado de comensales que devoraban los platos que pedían. Era un toldo azul con caseras también vestidas de ese color, donde un adolescente lavaba los platos en turriles, los que entraban y salían. Me pedí un tallarín con pollo, que es delicioso.
En lo que comía por lo menos dos ancianos se acercaron y preguntaron a las caseras si todavía había caldo de maní o chairo, que eran los platos más económicos del lugar (4 bolivianos).
No, ya se ha terminado, les respondió una de las mujeres, que se desesperaba por atender a todas las personas que se acercaban al lugar a las que les alcanzaba para una sopita o un tallarín con pollo.
Ah, qué macana, decían los señores y se iban apesadumbrados.
Cuando terminaba de comer con la insensatez y pesar de no haberles invitado a comer a esos señores, dos jóvenes llegaron al lugar, borrachos pero no tanto, pero sí con la ropa manchada, como si hubieran tomado en la calle por más de una noche, capaz dormido en ella, y preguntaron lo mismo, si había el famoso caldo.
La respuesta fue la misma: No, no hay.
Los jóvenes se miraron y buscaron en sus bolsillos para ver si les alcanzaba para otra cosa y como no tenían, se fueron con calma. Los vi irse y pensé en los sueldos del presidente, de los dirigentes de la COB.
Después de eso, con la tristeza de la impotencia, me fui a mi casa.