Por: Rodrigo Villegas
Leila Slimani es una de las escritoras francesas más importantes de la década, tanto así que hace un par de años obtuvo el prestigioso Premio Goncourt, el más importante de aquel país europeo, con Canción dulce, una novela que trata, entre otras cosas, de la migración, de la diferencia de clases, de los dolores de ser extraño en tu tierra, y que la noche del 7 de marzo, en la inauguración oficial de la I Feria Internacional del Libro de El Alto, la Embajadora de Francia regaló al presidente Arce y a la alcaldesa alteña, Eva Copa, en su versión traducida al español. “Es la principal invitada a esta feria”, anunció la autoridad francesa.
Debido a ello me puse a revisar la agenda cultural para ver qué día se presentaría la afamada escritora, pero me desilusioné cuando vi que Slimani no llegaría hasta El Alto, sino que brindaría una conferencia virtual desde su país. Bueno, tampoco estaba mal, pero no era lo mismo.
Lastimosamente no pude asistir a dicho acto debido a las intensas lluvias que se dieron en el departamento en todos estos días, tanto que provocaron el rebalse de ríos y de represas, provocando desastres en la ciudad. Ni la feria se salvó: un amigo periodista y escritor me mostró unos videos que le habían pasado en los que se veía cómo a la Terminal Metropolitana le había ingresado agua debido a la granizada intensa de una de esas noches, tanto que algunos puestos, los de los escritores independientes, se habían mojado, arruinando así algunos de sus libros por el agua.
Cuando llegué, un día más tarde de aquella noticia, me topé con el stand de la Embajada francesa, en pleno ingreso, uno de los más bonitos de la feria, muy cuidado y enorme. Días pasados un amigo había subido a sus redes la fotografía de uno de los escritores independientes, abandonado en el tercer piso de la terminal, lugar al que no subían ni los fantasmas. Por suerte, días más tarde, y tal vez por aquella publicación, los acomodaron en el primer piso. Claro, apretados, olvidados.
“Eso es algo que no me gusta para nada, se siguen los protocolos de las ferias de otras ciudades, en las que solo valen las grandes editoriales y embajadas”, me dijo esa misma noche Fher Massi, poeta alteño, uno de los más jóvenes que hoy por hoy se destacan en el panorama nacional. “Da pena cómo los escritores independientes, en este caso los alteños, que deberían ser los más alumbrados por esta feria, aparecen ahí, sin ayuda de las instituciones que deberían hacerlo”, explicó.
Días antes, en un Radiodocumental, María Galindo, que no necesita presentación ni nada por el estilo, en una visita a la feria se percató de todo eso mientras destacaba a la editorial Nina Katari y a Luis Raimundo Quispe, ambos referentes literarios alteños, indicando, con la euforia que la caracteriza, que aquello no podía estar pasando, ya que los veía apenas acomodados en sillas con mesas pequeñas en las que apenas cabían unos pocos libros. Más que todo se dirigía a Eva Copa. El video completo se ve en el Facebook de María.
“Me siento como una alteña más”, aseguró la Embajadora francesa en la inauguración de la feria, logrando el aplauso popular de los asistentes. Esa misma noche, mientras yo intentaba regresar a casa y me subía a un minibús que me llevara hasta la Ceja, una niña de unos once o doce años me dejó pasar a un asiento, atrás. Era la voceadora, un trabajo que persiste en El Alto debido a las necesidades económicas de algunas (¿muchas?) familias de la ciudad. Cuando el carro comenzó a recorrer las avenidas de la 6 de Marzo, me di cuenta que la conductora era una mujer, la madre de la niña. Me enteré de eso cuando escuché su voz: “Mi amor, cerrá nomás la puerta”, le dijo a su pequeña, que comenzó a cobrarnos los pasajes a los que estábamos ahí dentro, resguardándose un poco del frío nocturno.
A los pocos minutos, a punto de llegar a la Ceja, comenzó a llover.