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    [Crónica] I Feria Internacional del Libro de El Alto: Hasta la próxima

    Por: Rodrigo Villegas

    Casas en construcción, de ladrillo, sin ventanas de cristal. Sin pintura. Edificaciones que se levantan una a una, al lado de otras que ya están ahí, esperando por sus nuevas vecinas, hermanas. Casas con y sin techo aún, pero que en pocos días, semanas, meses, se convertirán en habitables. En hogares para familias alteñas o para quien quiera vivir en esas casas, que son enormes, de tres, cuatro y más pisos. Al menos eso es lo que se ve desde las paredes cristalinas del Teleférico Morado, que sale de la estación de Faro Murillo hasta la 6 de marzo, a pocas cuadras de la Terminal Metropolitana de El Alto, donde se encuentra la Feria Internacional del Libro, la I, la primera de su historia. Antes tuve que subirme a un Pumakatari y comprar un boleto desde la estación del Obelisco.

    “Ahora sabes, saben, lo que es desplazarse un montón de kilómetros, de horas, para poder llegar a una feria del libro”, me dice Ivana Molina, socióloga alteña, que me cuenta que cuando ella quería ir a la de La Paz debía subirse a más de un minibús, pagar los pasajes correspondientes y llegar apenas hasta Bajo Següencoma, donde queda el campo ferial de La Paz: “Y todo ese sacrificio empeoraba cuando debías pagar la entrada de Bs 15. En general debía gastar como unos Bs 30 en pasajes y el boleto de ingreso. Con eso podría haberme comprado un libro”.

                Tiene razón, pienso, mientras veo cómo el minibús por el que llegué al último día de feria, a este domingo nublado pero no tan frío como se anunciaba, sin lluvia, está por partir. Pero no, no es un mini cualquiera, dentro se llevará a cabo la presentación de un libro. Ivana se sienta detrás, con otros amigos y amigas, y yo me acomodo adelante para grabar lo mejor que puedo el evento.

    POLÍTICA DE DUKES

    Cuando el minibús parte (totalmente lleno), Fher toma el micrófono y lee: “Chofercito carretero/llévame lejos/llévame lejos”. La música de fondo, además de la del motor del mini, es La vida es una sola, de Delirios, una cumbia chicha que viene acompañada de Nunca te olvidaré, de Los Ronisch. La banda sonora de la presentación se complementa con las voces de José Villanueva y Giovani Bello, los editores de Nuevos Clásicos, la editorial en la que se publica el nuevo poemario de Massi, y de César Antezana y Noemí González (Kita Wichu en Facebook), poetas también que se encargan de presentar Política de Dukes, el reciente lanzamiento del joven escritor alteño (26 años).

    Mientras el minibús se mueve y gira hacia la izquierda de la terminal – el trayecto consistirá en rodear la estación de buses, los kilómetros cuadrados que forman las avenidas – se ven las casas y negocios de aquella zona de El Alto. Dentro de la terminal la feria da sus últimos pasos, los de este año, por supuesto, que esto no se detendrá aquí…

    Una canción me saca de la ensoñación: Mi corazón herido, de Maroyu, que se mezcla con la voz de Fher, que lee: “Qué bien nos queda existir de madrugada/para asolearnos como lagartos/al neón de los minibuses”.

    Con una mano sostiene un micrófono y con la otra toma el libro, que tiene la forma de un Condorito de oro, el mismo tamaño, material y similitud en la portada, en los dibujos. Fue intencional, por supuesto, era la movida que Massi y Nuevos Clásicos se habían planteado. Hacer de la coba minibusera, de lo normal, de la rutina, algo especial. Capaz eso es la poesía, la literatura.

    Cuando regresamos a nuestro destino, Fher, como final, saca un petardo, coloca su mano fuera de la ventana, con el minibús en movimiento aún, y lo hace estallar en el aire.

    A poco de bajar, me fijo que en una de las paredes del minibús queda pegada una calcomanía particular: SEÑOR (A) NO DUERMA, AQUÍ ROBAN GRASA, se lee en letras negras encima de un fondo amarillo con una caricatura en un costado.

    LA FIESTA “NO” OFICIAL DE LA FERIA

    Alexis Arguello es un escritor, editor y activista cultural alteño que dirige la editorial Sobras Selectas, que se ha dado en sus últimos proyectos en consolidar a El Alto como espacio fundamental de sus contenidos. Comenzó con la antología No me jodas no te jodo, pasó por La X y Ciudad Apacheta, de Luis Raimundo Quispe, y llegó hasta Los hijos de Goni, de Quya Reina. Alexis, que me dice que está cansado por la joda que tuvieron anoche (sábado), debe atender el último día de su puesto, ya que “ante todo es librero”.

                “Le hemos dado hasta las 01.30. La fiesta hubiera seguido, pero una de las vecinas, una señora mayor, de pollera, nos golpeó el techo a picotazos, martillazos o algo similar. Gritaba que quería dormir, que estábamos haciendo mucha bulla. Tuvimos que parar, pero algunos la continuamos en silencio hasta el amanecer. Digo, era el festejo no oficial de la Feria”, me cuenta.

                Me fijo que en su puesto quedan todavía algunos volantes del evento, que fue bautizado como la “PANKAPUNK: Fiesta No Oficial de la Feria”, y que quedaba en la Altusa, una casa con un patio enorme en la que se realizan talleres, fiestas y conversatorios, entre otros eventos, a la que asistieron unas cien personas o más y que festejaron con banda de punk en vivo la ejecución de aquella fiesta histórica y cultural.

                David Caicedo, vocalista de Kimsacharani, la banda punk que se encargó de incendiar la fiesta, me confirma lo sucedido y me dice que incluso parecía que los vecinos estaban por organizarse para hacerles algo. “Claro, cualquiera lo haría si viera que de la nada unas decenas de hippies y punks, además de poetas y peor vestidos salen de esas casas, como si fueran bichos raros que cualquier rato van a invocar al diablo”, me explica mientras atiende el stand de Editorial 3600, que es donde trabaja cuando no se rasmilla la voz con su banda. Aprovecho para preguntarle los libros que más vendieron en la feria. “La obra completa de Víctor Hugo Vizcarra y Periférica Boulevard”, me detalla.

                Con el paso de las horas algunos amigos y amigas me contarán más de la fiesta, de los “picotazos” en el techo. Algunos añadirán algo más y otros le quitarán un tanto. Parece que aquella ensoñación etílica se quedará como la anécdota mítica de esta primera feria.

    MÁS DE 30 MIL VISITANTES

    Según la Cámara Departamental del Libro, la feria recibió en sus 11 días de evento a unas 30 mil personas. El último día, el domingo 17, el espacio dedicado a la feria en la terminal se veía repleto.

                Keila Vásquez, gestora cultura y la personaje con la cual comencé estas tres crónicas dedicadas a la Feria de El Alto, me explica que tuvieron que recibir a casi 100 colegios y a un total de 12 mil estudiantes de primaria y secundaria de la ciudad. “Fue matador, pero estamos muy felices por lo que pasó”, me cuenta, agotada pero tranquila.

                “Claro, pasaron muchas cosas malas, cosas que hay que mejorar en el camino, pero eso es algo normal. El sueño es, quizá, que algún día la feria la organicen exclusivamente los alteños. Sería maravilloso”, me dice.

                Alexis afirma algo similar: “Algún día sería clave que la feria sea realizada por la gente de acá, de nosotros. Así nos daríamos el lugar que nos corresponde. Entiendo que esta es una cuestión de dinero, de stands, que el que más paga tiene un mejor espacio, incluso de antigüedad como socio de la Cámara del Libro, pero como Feria alteña necesitamos que nuestros escritores y editoriales tengan más respaldo, visibilidad. Algún rato lo haremos”.

                A la vez, Arguello me dice: “Claro, no hay que ser muy duro con la feria, con esta primera. Sí, pasaron algunas cosas como esas que te cuento, además de la lluvia, que una noche ingresó a la Terminal y nos destrozó algunos libros, muchos a algunas editoriales y librerías, pero no se puede patear a un bebé que recién está naciendo. Hay que ver al año…”

                Antes que pueda decirme algo más le pregunto: ¿Está confirmada la feria para 2025?

                Sí, afirma con la cabeza, con esos cabellos largos que lo caracterizan y que se le van para atrás, triunfante, sonriente mientras no deja de bolear hojas de coca.

                Me despido de Alexis, de algunos amigos, de Fher, de Ivana, de Keila y de otros más y salgo. Me subo a uno de los minibuses que va hacia la Ceja y afuera dos personas me ofrecen pasajes a Oruro y a Cochabamba. Un día más tarde esto volverá a lo de siempre, pienso, a su labor como terminal. Un año más tarde, en marzo, la feria del libro volverá a pintar este espacio de poesía, de novelas, de historias de papel.

                Mientras el minibús parte veo cómo dos niños muy abrigados salen de la terminal con algunos libros entre sus manos, felices, cuidados de sus padres, que van detrás de ellos.

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