Por: Rodrigo Villegas
Fabricio siempre es cordial. Tiene la voz alegre, dispuesta a responderte de la mejor manera posible. No importa la hora, el buen Fabri siempre te devuelve el mensaje con una felicidad espontánea. Lo comprobé cuando lo conocí en su ciudad, en Sucre, hace un par de años. Era la primera vez que lo veía, pero Fabricio me saludó como si nos conociéramos de años.
Me regaló, también recuerdo, su libro, una colección de cuentos titulada El fin de los días que conocimos, que lo ha confirmado como uno de los narradores más potentes del país. Aunque, para ser más preciso, debería decir escritor, ya que el buen Fabri también escribe poesía. “Será válido que diga/qué es lo que siento/si acaso no lo conozco/ni sé mucho de él”, es un fragmento del poema de su autoría La banca de la plaza en donde un joven murió, publicado en el portal Café Montaigne. Capaz que sí. Capaz que con poco se puede generar un afecto, un abrazo en la distancia, entre dos ciudades que compiten por la estrella sobrevalorada de la capitalía.
Así que, confiado en su buena onda de siempre, aprovecho para preguntarle cómo está, qué hace, y le comento que quiero escribir de él por el aniversario de la gesta libertaria de Chuquisaca, la del 25 de mayo de 1809. “Eres un chuquisaqueño de oro”, le digo. Reímos. Luego le pregunto por su relación con su ciudad.
“Sucre me parece una ciudad donde puedes tener la calma necesaria para respirar y ocuparte de tus proyectos. Aunque también pienso que sus peligros pueden ser que la excesiva calma te vuelve abúlico y ensimismado. Siento que la ciudad ha influenciado en mí de una forma más inconsciente que algo voluntario. Hay una mirada acaso nostálgica y lenta, donde el tiempo luce detenido”, me explica desde el WhatsApp, medio por el que pude, en esta vez, entrevistarlo dado las distancias que nos separan.
Me cuenta, también, que el sábado 24 debía asistir al desfile escolar en conmemoración del aniversario 216 del Grito Libertario de Chuquisaca, en el que participó, así como la gran mayoría de las instituciones escolares de la ciudad, el colegio en el que trabaja como profesor de lenguaje.
Y es que, además de escribir, Callapa enseña. Utiliza sus conocimientos para distribuirlos con las siguientes generaciones. Nunca sabes dónde y cuándo aparecerá, ahí, una nueva voz. Un nuevo escritor.
El fin de los días que conocimos
Fabricio Callapa Ramírez nació en Sucre en 1987, pocos años después que se instauró la democracia en Bolivia. Estudió Comunicación y Lenguajes en la Escuela Superior de Formación de Maestros “Mariscal Sucre”, donde profesionalizó su pasión por el lenguaje escrito.
Miembro del extinto Taller de Literatura Creativa de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, Callapa publicó dos libros de cuento: “Ahora que el espejo ya no recuerda mi forma” y “El fin de los días que conocimos”, pero también se dedicó a la poesía con el poemario “Next-Gen”.
Varios de sus cuentos y poemas se los puede encontrar en Internet, donde sus temas van ligados al desamparo de sus personajes en medio de escenas cotidianas de la violencia en la ciudad, de la escenificación abstracta que da la mirada alcoholizada, esa a la que recurrimos de tanto en tanto para darle cierto “lustre” a nuestras vidas.
Por ejemplo, el inicio del poema La banca de la plaza en donde un joven murió:
“Hace poco alguien murió allí,
a cinco cuadras del hospital,
a dos de la policía.
Un video
con marca de agua
muestra
el reguero de sangre,
la gente mirona
y los intentos fallidos
por hacerlo reaccionar”.
“Callapa tiene como uno de sus lugares comunes el alcohol; pero a diferencia de la tradición que ha instaurado una perspectiva muy particular sobre las escrituras en ese tema. Podríamos decir que la borrachera de este libro, es más bien, una borrachera sobria. Aunque parezca una contradicción. No es el borracho el que se pierde en la mística de la relación con las sombras de la noche y ni por si acaso está ligado a esa sabiduría que las poéticas le han impreso en determinadas monumentales obras de nuestra literatura; lo que hace principalmente es observar, y esforzarse en la dificultad de la situación para lograr sobrevivir al mundo girando en su cabeza. Espíritu que permite hacer del libro un diálogo genuino con las impresiones que el creador del proyecto literario va exponiendo, con lo que experimentamos como humanos lectores cada vez más viejos que nos jugamos la vida por sobrevivir a una borrachera”, explica el escritor Iván Gutiérrez en una reseña que escribió de El fin de los días que conocimos, el texto más famoso de Callapa y por el que su nombre salió con más fuerza a la escena literaria nacional.

Publicado con la editorial Pasanaku en 2018, El fin de los días que conocimos está constituido de cuentos en los que, como asegura Gutiérrez, se narra cierta barbarie citadina, pero con el trazo limpio y vistoso de Fabricio. “Mosaico”, “Amanecida”, “Cosas que ocurren mientras nadie mira el baño”, “Declaratoria de un lamedor de cuerpos”, “Desencanto”, “Esa misma noche” y “El fin de los días que conocimos” son los relatos que componen la colección.
“Creo que la compilación de libros fue creciendo a lo largo de los años. Teníamos un grupo de amigos con los que escribíamos y dialogábamos sobre nuestros textos. Había una charla bastante amplia sobre la ficción, ya sea desde películas bien random, pasando por cómics, mangas y animes, o también esa curiosidad por buscar música estimulante, más allá de lo que siempre sonaba en el mainstream o los medios locales. Escribíamos nuestros cuentos y nos contentábamos con la idea de sacar una revista fanzine que se llamaba Lluvia Inversa. Así se fueron armando los cuentos del libro, como textos que a veces no cuadraban con la temática de la revista, pero que conservaban algo que me gustaba. Vi que había una coincidencia con el uso de la primera persona, entonces lo fui armando como un volumen de cuentos, a los que se sumaron otros que había escrito a pedido”, detalla Callapa acerca de la concepción de su libro, el que, tal vez, más alegrías le ha dado. Hasta ahora, claro.
¿Qué es lo que buscabas con El fin de los días que conocimos?, le pregunto.
“La verdad es que lo que más buscaba eran formas de contar historias. Me gustan mucho los cuentos de Ryunosuke Akutagawa, esa mirada diáfana y terrible y fantástica; también Katherine Mansfield, que escribía sobre hechos tan mínimos y poéticos, y Osamu Dazai, con esa sensibilidad y agudeza. Creo que fueron como los faros que seguí al escribir”.
Ya por ese camino, hay que indagar en las influencias, en las lecturas que detonan en la escritura. En los maestros que siempre están detrás de la obra, como una marca de agua.
“Desde que comencé a escribir me propuse que sea algo diáfano. Quizá se deba a mis primeras lecturas, cuando decidí dedicarme a escribir como búsqueda. Me acuerdo que había quedado fascinado por el estilo de Marcelo Quiroga Santa Cruz en ‘Los Deshabitados’ y que de alguno de sus pasajes leí que Chejov anotaba hasta lo que comía, y allí fue que encontré a mi otro autor de cabecera, al que siempre vuelvo cada vez que me siento perdido. Y también creo que una de las más grandes influencias es la literatura japonesa, a la que tengo demasiada afición”, cuenta el Fabri.
La movida cultural en Sucre
“Pienso que esto del Bicentenario ha generado una dinámica interesante, puesto que han aparecido autores y las actividades se han multiplicado y diversificado; espero que esto sea como el empuje que ayude a que las cosas puedan marchar. Hay más clubes de lectura y más escritores que gestionan sus eventos, eso me parece muy saludable. Además, el público siento que se ha vuelto más receptivo y dispuesto a escuchar”, relata Callapa a través de un Word en el que me responde a estas preguntas. Como cartas que se envían desde un horizonte al otro.
Esta vez hablamos de Sucre, la ciudad que habita a diario y por la que, a través de su mirada, entreteje sus historias y visiones de lo que vendrá. De lo que le interesa percibir. Consciente y alegre del crecimiento de la movida cultural en la ciudad, Fabricio detalla un evento acaecido hace unos días:
“Hace una semana hubo un ciclo de lecturas llamado ‘Rutas poéticas del Bicentenario’, allí hubo un diálogo intergeneracional muy enriquecedor con autores locales, nacionales e internacionales. Creo que Sucre necesita estos espacios donde las miradas se diversifiquen, ya que hay algunas percepciones bastante anquilosadas en la costumbre. Para ampliar perspectivas se necesita asumir la escritura con formación y una dedicación que involucre un amor a conocer lo que se ha escrito y se escribe”.
Con referentes actuales como Máximo Pacheco o Rosario Barahona, entre otros tantos, Fabricio ya se ha consolidado como una de las voces más interesantes de la literatura chuquisaqueña de los últimos años.
Lo que se viene
Cuando Fabricio vino a La Paz hace poco más de un año para participar de la I Feria Internacional del Libro de El Alto, donde presentó la colección Microcuentos, de la editorial y portal web informativo Una Palabra, donde participó con un relato corto, decidimos salir a bolichear a una discoteca de el Prado paceño, con varios amigos y amigas más.
Además de beber unas cuantas e infames jarras con vodka y jugo de naranja, bailamos entre todos y celebramos el acontecimiento de encontrarnos antes de regresar a nuestros espacios de siempre. Fabricio era de los más felices, tanto que era el que bailaba con más fuerza de todos nosotros.
“Es que es de Sucre, está loquito”, recuerdo que comentó una amiga, refiriéndose a la institución de psiquiatría afamada de la ciudad. Reímos y también el Fabri lo tomó a bien, acostumbrado seguramente a ese chiste cliché de la terminología boliviana. Pasada la noche nos despedimos y prometimos encontrarnos después, esta vez, en Chuquisaca, donde habríamos de repetir la salida a bolichear similar que habíamos compartido hace muchos meses luego de participar de una lectura de cuentos en El Mercadito, centro cultural y gastronómico famoso de la capital y regentado por, entre otras personas, el Pepe, vocalista de la reconocida banda de rock chicha La Logia, toda una institución en la ciudad capital.
“Sí, hermano, nos vemos pronto”, le dije al despedirme, antes que se suba a un taxi que lo llevara hasta su hotel.
Aprovecho para decirle eso ahora, al término de la entrevista: que en poco tiempo pasaré por ahí. Que Sucre es una ciudad hermosa, pequeña y blanca, muy blanca, que no se termina de conocer a pesar de haber paseado mucho rato por ahí.
¿Y qué se viene ahora? ¿Cuáles son tus proyectos?, le pregunto para finalizar esta entrevista.
“Con los amigos de Electrodependiente vamos a sacar la versión boliviana de la Muestra de Poesía Joven Boliviana, que salió en la revista AÉrea de Poesía Hispanoamérica. Ya está al caer la Poesía Reunida de Máximo Pacheco Balanza, que saldrá con los amigos de Pasanaku. Estoy en planes de sacar una reedición aumentada de mi primer libro de cuentos que circuló en Sucre y un poco más, se llamaba “Ahora que el espejo ya no recuerda mi forma”. Después, creo que es importante seguir manteniendo a la ciudad y su literatura en movimiento, ya sea a través del Club de Lectura Ágora, con los compas de la LIBRE-ría o apoyando las lecturas del Culto a Calíope, que organiza Mauricio Avilés. Hay mucho por hacer y como siempre hay que estar a la expectativa”, explica el Fabri, siempre con la mente y energía dispuesta a la literatura, pero no solo como un oficio individual, sino compartido, colaborativo.
¿Y cómo te ves de acá a cinco años? ¿A diez?
“Eso está grave. Quiero verme escribiendo y explorando géneros”.
Luego dejamos el chat a un lado, nos despedimos y comienzo a preparar, de a poco, este texto del buen Fabri.