Por: Rodrigo Villegas
Todo puede faltarnos, menos el pan, me dijo un amigo que buscaba marraquetas por media La Paz. Era miércoles, esa noche los panificadores de Bolivia, los confederados, habrían de reunirse con autoridades de Gobierno para definir el “nuevo” precio del tal vez alimento más querido de todos nosotros. El problema era la falta de harina subvencionada y de otros implementos para la producción del pan. Muchas horas más tarde, prácticamente en el amanecer del día siguiente, los panaderos anunciaban una nueva tarifa: Bs 0,80.
Aquel amigo, así como yo también y la mayor parte de la ciudadanía, habíamos buscado las ahora tan preciadas marraquetas como si fueran pepitas de oro desperdigadas por la urbe, por sus avenidas. Como si tuviéramos que escarbar en lo profundo para encontrar una de ellas, aunque sea una. Los panificadores habían decidido dejar de prepararla y solo vendían las sarnitas, no tan requeridas por el pueblo, pero sí compradas al final de cuentas ante la necesidad.
El Gobierno, a través de sus nuevos ministros y viceministros, habían denunciado previamente un “clan mafioso” dentro de las filas de EMAPA, la empresa estatal encargada de la entrega de harina subvencionada a los panaderos. Habían instruido una auditoría profunda y cárcel para los supuestos implicados. Los panificadores, por su parte, habían exclamado que se les debía este y otros implementos para la producción de pan desde hace tres meses. Que la situación era insostenible. Que, de momento, dejarían de elaborar marraqueta.
Así, la preocupación de la gente iba en aumento. Es decir, si se levantaba la subvención de la harina era casi un hecho que el costo del pan subiría. A la vez, la población estaba muy enojada con las gestiones del anterior gobierno, en este caso por los malos manejos perpetrados en EMAPA, donde su ex máxima autoridad Franklin Flores ya padecía una detención domiciliaria y días posteriores recibiría una orden de aprehensión oficial, pero que no se pudo cumplir porque estaría prófugo.
La ira iba también contra el dirigente de los panificadores confederados, Rubén Ríos, que presuntamente había entablado negociados irregulares con Flores para favorecerse a través de la venta de harina a la institución del Estado, la que luego compraba otra vez pero a precio subsidiado.
Sin embargo, a pesar de las molestias de la ciudadanía, sucedió lo que era inevitable que suceda: con el fin de la subvención nació otro precio.
Esa misma mañana de jueves, muy temprano, el alcalde de La Paz, Iván Arias, asistió al horno de Ríos acompañado de varios funcionarios municipales, donde comprobaron que el ambiente no estaba en las condiciones de salubridad correspondientes: se hallaron heces de ratón en cercanías de los quintales de harina.
Arias clausuró el lugar. Ríos, en contacto televisivo en vivo, advirtió: “Bueno, entonces no habrá pan en todo el país”.
Aquello sucedió. Desde el viernes los panaderos dejaron de preparar pan en rechazo a los controles municipales y en pedido de que se reconozca el nuevo previo de Bs 0,80.
Pensé en aquel amigo que buscaba marraquetas. Ahora no encontraría ni redondos. Debería conformarse, seguramente, con pan en bolsa o galletas hasta que se “arregle” este problema.
Tal cual, no hubo pan desde el viernes hasta este domingo. Aproveché el sábado temprano en la mañana para dar una vuelta por la ciudad y comprobar si alguna que otra tienda vendía pan: nada. Veía a algunas madres de familia caminar con sus bolsas de plástico en mano, con la preocupación de no hallar el alimento indispensable en la mesa familiar. Ya casi desahuciado, a poco de regresar a casa me topé con una pastelería, donde, por si acaso, pregunté si tendría pan. La vendedora me dijo que sí, pero casi en privado, temerosa seguramente de que algún panadero confederado la descubriera y quisiera hacerle lío, como había sucedido un día antes cuando algunas caseras habían decidido salir a vender pan.
Me compré unos cuantos panes y volví a casa. Me costaron Bs 0,70 cada uno.
Era la nueva realidad, sería la nueva realidad. En Facebook vi algunas publicaciones que se estrellaban ahora con el actual Gobierno. La que más me llamó la atención fue una que decía algo así: “Se quita el impuesto a las grandes fortunas y se incrementa el precio del pan. Los ricos ahora son más ricos y los pobres, más pobres aún”.
Pensé un buen rato en aquel comentario pero lo dejé atrás cuando noté que mi café se iba enfriando. Agarré mi pan de Bs 0,70 y lo saboreé como si fuera maná del cielo, un tanto apesadumbrado por el cambio de precio, pero intentando acostumbrarme a la nueva realidad. Desde este lunes, ya oficialmente, el costo del pan sería Bs 0,80, con el presunto fin del paro de los panificadores.
Al menos que haya marraquetas y que estén en su precio justo, pensé mientras el pan se deshacía en mi boca. Y que mi amigo deje de sufrir por no encontrarlas.


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