Por: Rodrigo Villegas
Despiertas y lo primero que haces es encender la televisión. Colocas los noticieros, que desde muy temprano han estado transmitiendo desde diversas partes del país notas que se enfocan en el acontecimiento del día, del año: la segunda vuelta electoral, la primera de la historia de este país que es Bolivia, donde naciste, donde, en unos minutos, deberás votar. Obligado, porque así es la cosa en este país golpeado por la crisis del combustible, de la escasez; la falta de dólares, la subida de la inflación, el incremento de la corrupción, entre tantos otros males. Pestañeas, te limpias las lagañas, te levantas de la cara, te lavas la cara, te ves el rostro, que luego no podrás identificar del todo en tu carnet de sufragio, ese por el que sales a votar, ese que te exigen en el banco.
Es un día histórico, piensas, y sales de tu casa en el frío del domingo, donde habitualmente dormirías un poco más porque el lunes vuelves a trabajar, pero eliges evitar las filas. Llegas hasta el colegio donde está registrado tu nombre, tu apellido, la inicial con la que buscas el curso, el ánfora en el que te corresponde depositar tu boleta. La abres, ves los rostros de Rodrigo Paz y Tuto Quiroga. Lo piensas unos segundos, recuerdas el pasado, el que te tocó vivir y del que leíste, del que te habló muchas veces papá y tu abuela, pero también intentas predecir el futuro, intuir qué sucederá en caso de que alguno de los dos salga electo.
Entregas la boleta, la introduces en el ánfora, que es una caja de cartón sellada, marcas con tu dedo el registro y te entregan el bendito carnet de sufragio. Te limpias el dedo manchado y, antes de regresar a tu casa, tomas algo de la calle, desayunas. Eliges un api con pastel. Podrían haber sido tucumanas o hasta un plato de sajta o asado de cordero.
Luego caminas, caminas y caminas. Ves a las familias, a los hombres solos, a las ancianas que son ayudadas por policías, por delegados de mesa. Ves comercio, alimentos, ropa. Luego es el silencio de las calles, un vacío templado. No ha llovido como en las pasadas noches, donde las tormentas eléctricas retumbaron y humedecieron intensamente a La Paz, la ciudad donde vives.
Hace una semana estabas en Cochabamba, piensas, en un calor casi infernal. Habías viajado con tu padre, se habían detenido a almorzar en Caracollo en la pausa que les había dado la flota a medio camino. Habían hablado de muchas cosas, entre ellas de política.
“Entre quien entre, poco va a cambiar. Es difícil que la situación económica se modifique de golpe, eso conllevará días, meses y años. Pero, tal vez, haya retrocesos en el tema social, en las conquistas logradas en todos estos años. Claro, todo es culpa del actual gobierno, de lo mal que les salió todo en estos últimos años. Habrá que ver qué sucede con Quiroga o Paz”, te había dicho papá, mientras comía un almuerzo que antes costaba Bs 15 y ahora iba por los Bs 20.
Pasaron dos días fugaces y regresaron a La Paz. El martes los camioneros habían decidido bloquear esa vía debido a la falta de carburantes, cansados de las promesas gubernamentales de regularización en el suministro. De la que te habías salvado, piensas.
Ya en tu casa, sigues mirando televisión, te empapas de lo que sucede en otras partes del país. Compruebas que ya votó Tuto, Paz, Velasco y Lara. También Doria Medina y Manfred, que hasta hace unos meses aspiraban a la silla presidencial.
Comes algo y se va el domingo, el histórico domingo, a la espera de los resultados de esta noche, donde conocerás, donde todos los bolivianos sabrán, quién será su presidente por los siguientes cinco años, a la espera esperanzada de cambios en el país, de mejoras, de que la economía salga a flote, de que no nos hundamos.
Es la fe, la única carta que te juegas. Que se la juegan todos.
Eliges, mejor, apagar la televisión y esperar hasta eso, a la noche, para saber qué pasará. Mientras tanto escoges otras formas de pasar la tarde: verás una película.
