Por: Rodrigo Villegas
La página en blanco. Hay pocas cosas más desesperantes que no saber qué hacer, que no entender el camino hacia un lado al que quieres llegar con cierta urgencia. Que no encontrar las formas de hablar aunque tengas la boca abierta.
Me siento frente a la computadora de 08.00 a 10.00. Pero no puedo escribir. Me pasa hace algunos meses. Es como si las palabras huyeran de mis manos, como si fueran niños pequeños horrorizados por el avistamiento de un ser extraño, terrible. Así se pasan las horas, esas dos que le delego a la escritura. Luego me levanto, con la fe intacta, y hago lo que tengo que hacer en el día: ir al mercado, cocinar, lavar ropa, limpiar mi cuarto, leer un poco o ver un capítulo de alguna serie. Después de almorzar trabajo hasta la noche y duermo para despertar al día siguiente, salir a correr una media hora o poco más por las avenidas adyacentes al Aeropuerto de El Alto, regresar a casa con pan fresco, desayunar, ver un poco de los informativos de la televisión y regresar a la computadora para estar ahí de 08.00 a 10.00, otra vez, con la mente en blanco.
Es un ejercicio de persistencia, de disciplina. Es la única forma de construir algo, pienso. O por lo menos es el método que, por así decir, “me funciona”.
Recuerdo que hace unos años, cuando me dedicaba plenamente a la escritura (sobrevivía económicamente con algunos trabajos esporádicos que conseguía por ahí), aquellas dos o más horas de la mañana (soy una persona que trabaja mejor con los primeros rayos del sol) eran furiosas, rellenas de letras que acudían a mi mente como un vendaval. Escribía con esa tenacidad, con esa velocidad. En cuanto estaba por terminar un cuento ya se me ocurría otro. La página en blanco parecía algo así como una bruja inventada por los abuelos.
Eso antes de mis 30.
Ahora me cuesta horrores. Por más que me acomode con las ropas más livianas y calientes, que me prepare un café potente y coloque todo mi esmero delante de la pantalla de mi computadora, las palabras se niegan a hacerse ver. Se ocultan en algún lado desde las que no las puedo sacar.
Hace rato, por ejemplo, que tengo la idea de una novela a la que no le puedo entrar por ningún lado.
Es triste a ratos. Pero a la vez es una prueba de fuego. Hay que estar ahí en las buenas y en las malas, como todo en la vida. Ya sea con tu equipo de fútbol, con tus amigos más queridos, con tu pareja o ni qué decir con la familia, uno debe estar presente, al pie del cañón, tanto en los momentos de bendición como en las circunstancias dolorosas.
Con la escritura sucede de igual manera. Solo si estás ahí todo el tiempo, aunque sea un poco a diario, se pueden lograr cosas “importantes”. Pablo Picasso decía, por ejemplo, que no creía en la inspiración, pero que si es que existía siempre lo encontraría trabajando.
La cuentista norteamericana Flanery O’Connor contaba también que, pasara lo que pasara, siempre se la iba a encontrar en las mañanas en su estudio, las horas que tenía programadas, aunque no escribiera una sola letra y se mirara cara a cara con su máquina de escribir sin más remedio que la compasión mutua y una sonrisa afable.
Es el único camino, la persistencia. Claro, si es que deseas hacer algo que te reconforte aunque sea un poco. A lo largo de estos años he conocido amigos y amigas que escribían demasiado bien y que incluso habían ganado más de un premio literario pero que, por distintas razones, no lograron persistir y su obra, que podría ser muy rica e ir en crecimiento, no ha dado ese salto.
Ahora, tampoco es que estar sentado frente a la computadora a diario te asegure que tendrás éxito en, en este caso, la escritura. Pero al menos te quedará la constancia de que lo intentaste, de que hiciste todo lo posible para que eso sucediera y podrás dormir en paz.
Por mi parte, continuaré con este sistema a pesar de que las palabras sigan huyendo de mí. Tal vez algún rato, con la venia de algún espíritu divino, sepa cómo comenzar esa esquiva novela y la página en blanco solo sea un mal recuerdo, una especie de pesadilla a la que recordar, de tanto en tanto, con nostalgia.