Por: Rodrigo Villegas
Todo comenzó con un “chiste”: el tomate escaseaba en el mercado, tanto que lo poco que se podía encontrar había duplicado su precio. De estar a unos Bs 2 o Bs 3 la libra, ahora se la vendía a Bs 6 o hasta Bs 8. Los memes y videos en TikTok solo se referían a aquel tema, pero con cierta gracia, como si los bolivianos entendiéramos aquel incremento como algo relativamente pasajero. Efectivamente, semanas después el tomate fue distribuido con normalidad – la escasez fue atribuida a las cuestiones climatológicas – y su precio regresó al de antes. No esperábamos que aquel solo fuera el anticipo de lo que vendría después.
Porque ya luego, meses más tarde, el alimento en escasez fue el arroz, la harina, el aceite, la carne de pollo… Parecía el fin de una época de relativa paz económica y el comienzo de una crisis que habría de marcar un 2024 con los bolsillos más vacíos que gestiones pasadas.
Ahora, el momento más fuerte de toda esta crisis fue la falta de dólares en el mercado nacional. Debido a distintos factores económicos como la caída en las reservas internacionales debido a la disminución en la venta de gas o el manejo cuestionable de Banco Central de Bolivia (BCB) de las divisas, la importación de diversos productos se hizo cada vez más difícil, debido a que la mayoría de las transacciones realizadas en el exterior se las hace a través de los dólares.
Como ya no se lo podía comprar en casas de cambio habituales, los librecambistas subieron el precio del dólar del oficial Bs 6,96 a más de Bs 12, llegando, en su peor momento, cerca de los Bs 20. Era el terror.
Debido a ello, poco a poco muchos de los productos ofertados en los mercados del país vieron sus precios incrementados de la noche a la mañana, lo que causó la molestia e indignación de la población, que comenzó a movilizarse y salir a las calles en protesta por esta subida de costos en la canasta familiar.
Esta escasez provocó otro vacío: el del combustible. Como, también, el diésel y la gasolina se adquieren de países vecinos a través del dólar, los carburantes dejaron de aparecer en los surtidores del país, causando inmensas filas de vehículos y choferes que, furiosos, aguardaban por el líquido elemento para sus medios de transporte.
A la vez, la falta de diésel provocó la caída de la producción agroindustrial, lo que llevó a la escasez de productos como el arroz o el aceite, que en los últimos meses del año vieron inflados sus precios de manera exorbitante.
De la noche a la mañana nos acostumbramos a las interminables filas en busca de arroz, harina, aceite y otros alimentos del diario vivir. De amanecer para conseguir un quintal en empresas estatales que las vendían un poco más baratas que en los mercados populares.
Así, lentamente la crisis económica se apoderó de un país que veía con dolor cómo todo se iba desmoronando. Medicamentos, productos electrónicos y otros subieron tanto su precio que se volvieron prácticamente inaccesibles para una gran parte de la población, más que todo la que siempre termina más golpeada: la gente de bajos recursos.
Pero otro factor que ahondó más la crisis fueron los bloqueos, más que todo los de caminos que incentivó el expresidente Evo Morales. Según proyecciones, la afectación anual por estas movilizaciones llegó a los $us 3.000 millones. Además, las negativas de su bancada a aprobar los créditos internacionales en la Asamblea Legislativa – aliados con la oposición – dejaron en mayor escasez de dólares al país.
El Gobierno, por su parte, incrementó las medidas para paliar esta crisis, sin mucho éxito: mayores controles en fronteras para frenar el contrabando, acuerdos de provisión de combustible con empresarios, se liberaron las exportaciones, se organizaron ferias de productores al consumidor a través de Emapa… Nada pudo detener el avance de la crisis económica.
Ya cerca de fin de año, el BCB admitió que la inflación registrada era la del 9,5%.
Distintos potenciales candidatos para las elecciones de 2025 han asegurado que “salvarán Bolivia” si es que son elegidos, concentrados en las políticas económicas: prometen reducir al aparato estatal, negociar con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y asumir muchas medidas similares al del presidente argentino Javier Milei, quien ha “regulado” la economía de su país. En una reciente entrevista, Evo Morales ha afirmado que si es ganador “inundará de combustible el país en dos meses”. Samuel Doria Medina juró que si se sienta en la silla presidencial resolverá la crisis financiera “en cien días”.
Así, aprovechando la situación actual, los presuntos candidatos apuntan a los bolsillos de la población para llegar hasta el sitial predilecto del poder boliviano. Con proyecciones más desfavorables que buenas, analistas económicos auguran un tiempo aún más complicado para 2025. Nos tocará sujetarnos los pantalones y sobrevivir como podamos. Y ver a quién darle nuestra confianza en la votación presidencial. Seguramente la mayoría elegiremos, más que con nuestro cerebro, con el estómago.