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    «Dejad que los niños vengan a mí», de Miguel Carpio: Un paseo por un festín del horror

    Una Palabra / La Paz

    Hay preguntas que siempre son “un poco” difíciles de responder. Entre algunas de ellas se pueden proponer estas: ¿Qué es el horror? ¿Cuáles son sus límites? ¿Cuánto es capaz de crear y alimentar el ser humano?

    Estos dilemas, además de muchos más, se desgranan en Dejad que los niños vengan a mí, del escritor boliviano Miguel Carpio y publicada por Editorial 3600, novela que será presentada este jueves a las 18:30 en la Muela del Diablo (nombre extrañamente “propicio” para el texto), ubicado en San Miguel, en la calle José María Zalles N° 987, bloque O. Se contará con la participación de los también escritores Rodrigo Urquiola y Avril Pol, que acompañarán al autor.

    Una breve sinopsis: en una ciudad presuntamente limpia de todo mal debido a una limpieza extrema de la delincuencia consignada por las nuevas autoridades del lugar, un mal acecha y aparece cuando los pobladores menos lo esperan: niños comienzan a desaparecer, son secuestrados. Tal vez hay pocas cosas que generen más miedo que eso: que se roben a tus hijos, más aún si son bebés o infantes con pocos años de vida, cuando más frágiles se ven.

    Miguel, que ya ha incursionado en la poesía y el cuento, con libros publicados y premios logrados en ambos géneros, saca ahora su primera novela, un festival de la maldad, pero a la vez un desenmarañamiento de lo grotesco de nuestras sociedades, de las hipocresías que existen detrás de ciertas formas de luz y, hasta, espiritualidad (solo, sin irnos hasta la ficción, hay que pensar en los diarios recién publicados del cura pederasta Lucho Roma, entre decenas de casos similares).

    A propósito de la creación de esta novela, Carpio cuenta que surgió como idea alrededor de 2013 y el primer borrador lo comenzó en 2014. Desde esa primera idea hasta esta versión final han pasado varias cosas y la novela misma ha cambiado en aspectos importantes; el proceso ha involucrado dos reescrituras totales del libro y por lo menos unas tres de cada una de las partes (además de dos discos duros y un disco externo quemados en el proceso). 

    “Creo que había dos ideas centrales en la historia (de las que no estaba consciente en su momento y que sólo puedo ver ahora con un poco más de perspectiva por el tiempo): el deseo de poder y la irrelevancia del dolor”, cuenta Miguel.

    Respecto a ciertas “influencias” que pudo haber tenido al momento de narrar la historia, Carpio dice: “No sé si hubo alguna influencia directa de la que yo esté consciente, pero en una primera etapa me acuerdo que me refugié específicamente en dos obras («Los versos satánicos» y «Preacher») que me sirvieron de una suerte de «apoyo moral». También me di cuenta (cuando la estructura del libro ya estaba más o menos establecida) que la idea de historias paralelas contadas en bloques que se integraban al final (como «Inglorious Basterds») influyó a la hora de construir el armazón de la novela. En esos años también salió el remake de «It» y Mariana Enríquez ganó el Herralde con su novela de la secta asesina de niños; no fueron influencias y las similitudes fueron pura casualidad, pero no deja de ser curioso que esta historia se haya cruzado con las otras dos”.

    Miguel, que ha llegado recién a Bolivia (hace unas semanas) después de un periplo por Irlanda, detalla también su experiencia afuera, en un país alejado de este país siempre “en conflicto”.

    “Los últimos dos años estuve viviendo en Dublín. Obviamente, la distancia y el cambio te hacen ver las cosas desde otras perspectivas. Por el flujo migrante que tiene la ciudad, creo que no pude evidenciar alguna lectura o percepción específica sobre Bolivia; la comunidad latina allá es bastante grande, así que tanto la percepción externa como la experiencia propia, creo yo, se mide más bajo la etiqueta de «latino» que por países específicos. Lo que sí me pareció interesante fue ver las formas de discriminación estructural que existen (no te digo que te insulten por la calle o te miren feo; me refiero a cosas más profundas y que realmente te afectan hasta materialmente; la imposibilidad de trabajar más de medio tiempo si no se tiene un pasaporte europeo, o la limitación de oportunidades laborales que existen porque a las empresas les cuesta demasiado contratar empleados no europeos, por más calificados que estos sean), y que son aspectos tan de fondo que no se solucionan con banderitas ni marchas ni hashtags, ni mucho menos con toda la verborrea intelectual que está de moda sobre el tema”. 

    Carpio también explica, críticamente, la situación editorial europea que pudo ver allá afuera: “En esa búsqueda de buscar oportunidades en la industria editorial, también me pude dar cuenta de la especie de «mapeo» (por supuesto comercial, por supuesto sometido al capricho del libre mercado y por supuesto regido por roscas) que existe, sobre todo en España, y que determina quién puede escribir qué, y ser validado. Entonces, si eres boliviano, sólo te validan si escribes sobre lo que su imaginario acepta, si eres chileno, lo propio, y así respectivamente. Es chistoso, porque ese mismo sector «cultural» suele manejar un discurso bastante crítico con la supuesta libertad del mercado, pero al mismo tiempo participa de él, y muchos que critican ese sistema, se hacen partícipes y se dejan instrumentalizar (vendiéndose como lo que esa industria quiere que se vendan). Ahora se me presentó la oportunidad de hacer una maestría justamente en escritura en Iowa, así que esperemos que me ayude a poder reforzar mi convicción por el oficio y generar un vínculo, espero, más sano con la página en blanco”.

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