Por: Reynaldo J. González
El artista José Bedoya estuvo enfermo hace un tiempo. No lo parece. Los cuadros que ha presentado en la muestra “Azul como una naranja”, instalada hasta el miércoles en el Simón I. Patiño, tienen una fuerza vital inusual en el medio boliviano. Y él, mantiene su buen humor y su amabilidad.
Los cuadros son en su mayoría pinturas de gran formato de paisajes rurales de La Paz con montañas, formaciones rocosas y lagos. Lo que interesa al artista parece ser la fuerza emanante de estos elementos de la naturaleza, para lo cual en sus pinturas hace uso de un lenguaje expresionista de colores intensos y pinceladas gruesas y desenvueltas. El resultado es engañoso: cada imagen parece resultado de un trabajo espontáneo y, acaso, rápido y fácil. Una mejor mirada revela años, décadas de experiencia, concentrados… La visión de un maestro en su mejor etapa: la de la madurez.
Esta obra de Bedoya se inscribe formalmente en la tradición del paisajismo modernista local, acaso iniciada en la década de 1930 por pintores indigenistas tardíamente maravillados por corrientes surgidas en Europa a finales del siglo XIX. Influenciados por las ideas indigenistas, nacionalistas y teluristas de su tiempo, éstos asumieron como tarea implícita expresar la espiritualidad boliviana a través de una representación acaso misticista de la montaña. En su lógica, de la montaña, de la tierra, provenía la fuerza del hombre andino y de la misma patria, y en las características de aridez, resequedad, dureza e inhospitalidad del paisaje local podían verse las características del carácter de un ser indígena al que contemplaban con cierta extrañeza.

Aunque esta fuerza se diluyó un tanto en el paisajismo posterior – el semiabstracto de María Luisa Pacheco y Alfredo La Placa, entre otros– las idea teluristas que planteaban que la montaña, la tierra, la “Pacha” tenían un vínculo intrínseco con “lo boliviano” se consolidaron en el imaginario local –véanse los escritos del filósofo Guillermo Francovich sobre la cultura nacional– de modo que la imagen de los andes se constituyó también en la imagen del país.
El trabajo de Bedoya, sin embargo, parece no adscribirse a este programa tácito de una parte importante de los paisajistas bolivianos. El trabajo del artista parece obedecer principalmente a impulsos internos de expresar algo más a través del paisaje, algo que el espectador deba dilucidar precisamente en la forma, no en del contenido. Es evidente que no persigue representaciones naturalistas, o composiciones calculadas, imágenes que puedan resultar icónicas… Persigue, ante todo, “expresión”.
De este modo sus vistas del Illimani, por ejemplo, resultan muy personales, distintas a las enaltecedoras imágenes de este volcán dormido producidas por decenas de aristas y cercanas, no obstante, a las de tantos otros artistas que hicieron suya al “resplandeciente” para ofrecer algo más que un paisaje. Lo mismo sucede con sus representaciones de los valles de las animas, e incluso con sus vistas de tierras de otras regiones.

No sólo el dibujo suelto, la gestualidad de las pinceladas y el cromatismo intenso inscriben la obra de Bedoya en una corriente expresionista. También lo hacen la fuerte presencia en la exposición de representaciones de árboles y hojas, la presencia de llamativos haces de luz, nubes de formas sugerentes, llamas de fuego y algunas sombras extrañas en sus paisajes… Elementos todos que en la lectura de un psicoanalista probablemente nos remitirían a un estado interior de reflexión sobre la vida propia o sobre un momento en particular.
Este carácter acaso “introspectivo” que tienen los cuadros de la exposición se puede evidenciar de mejor manera en los tres los cuadros principales de la misma según el diseño museográfico propuesto, ubicados al fondo de la sala central, presentando el primero una representación de llamas de fuego, el segundo una representación del trayecto de planetas en el cosmos y el tercero una montaña nevada. La sinergia planteada en la oposición entre el primero y el tercero (fuego y hielo) así como las alusiones simbólicas al paso del tiempo del segundo parecen hablar de conceptos o ideas, sobrepasando por supuesto el mero afán representativo.
El artista José Bedoya estuvo enfermo hace un tiempo. No lo parece. Que la fuerza interior y corpórea que se vio reflejada en esta exposición sean un augurio para muchos años más de vida y de trabajo así como una fuente de inspiración para artistas más jóvenes, acaso por lo general demasiado calculadores y fríos en sus modos de expresión.



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