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    [Crónica] Una batalla tras otra

    Por: Rodrigo Villegas

    Despiertas un sábado cualquiera por la mañana. Aunque no, no es un sábado cualquiera. Estamos solo a 22 días de las elecciones, piensas, a tres semanas de la segunda vuelta. Revisas el Facebook y ves que se filtraron tuits de Juan Pablo Velasco, de hace más de 15 años, en los que mostraba abiertamente su odio hacia “los collas y las wiphalas”. Dice que deberían matarlos a todos o algo así. Tenía 23 años.

    Lees con calma la publicación y te enteras que Bolivia Verifica ha hecho eso, ha verificado la veracidad de aquellas publicaciones. Su resultado es que sí, que fue él. O que, por lo menos, salieron de cuenta original, no es algo fake. A la vez, te llega un nuevo video de Edman Lara, el otro candidato vicepresidencial. Si disculpa, desde su trinchera que es TikTok, por un comentario que había realizado en el que involucraba a personas con cáncer. Días pasados, en otro de sus famosos videos, aseguró que combatiría al narcotráfico con “educación y valores familiares”.

    Pobre, pobre país, piensas antes de salir de la cama.

    Te preparas algo simple para desayunar (es la ventaja de vivir solo, puedes comer lo que se te venga en gana) y comes mientras ves una nueva derrota del Manchester United, esta vez con el Brentford. El equipo no levanta cabeza, rumias, mientras masticas un pedazo de pan con jamón. Mientras bebes un poco de café.

    Limpias un poco tu cuarto, que es pequeño. Intentas, mentalmente, organizar tu día. Es tu fin de semana libre, no estás de turno. Debes aprovecharlo, te dices.

    Luego te animas a ver una película corta antes de salir a jugar. En las últimas semanas te has reconciliado con el cine, ves unas cinco películas por semana. Eliges Nomadland, de Chloe Zao, que está en Disney Plus, plataforma que recién te contrataste para ver los partidos de la Champions, la Premier League y la Copa Libertadores de América.

    Ya habías visto esa película, pero no la recordabas bien. Es el trasto de la memoria, los años que limpian o ensucian el cerebro.

    Termina el largometraje (una mujer que intenta sobrevivir como nómada moderna luego de la muerte de su esposo y la casi desaparición del pueblo en el que vivía) y te alistas: sales a jugar fútbol.

    Llegas a la plaza Villarroel (la cancha está ahí cerca) y ves una piscina de tapas de plástico. Es la Tapatón 2025, un evento organizado por voluntarios que ayudan a través de este y otro tipo de eventos a los jóvenes, adolescentes y niños con cáncer del país. Que realizan diversos tipos de actividades para recaudar fondos y así ayudar en la compra de sus medicamentos, para solventar sus tratamientos.

    Te nace algo de fe en la humanidad.

    Terminas de jugar tu partido y sales volando de ahí porque tienes otro en la Avenida del Poeta, esta vez por un campeonato. Intentas subirte a un minibús pero te das cuenta que no será la mejor opción: una caravana de militantes del Partido Demócrata Cristiano (PDC) circulan por el carril de bajada de la avenida Busch.

    Bajas a pie, estás con tiempo. En el trámite ves a cientos de personas que enarbolan banderas y globos naranja, blanco y verde. Que llevan carteles con el rostro de Rodrigo Paz y de Edman Lara.

    Lo hacen por futuras pegas, piensas. Marchan para intentar obtener algo a cambio después, si es que su binomio es elegido. Hasta hace unos meses el PDC estaba más muerto que cualquier otra cosa. Ahora cuenta con cientos de correligionarios. La política es horrible, lo confirmas.

    Llegas hasta la cancha, saludas a tus amigos, viejos compañeros de la carrera que estudiaste en la universidad. Se alistan, entran a la cancha. Suena el silbato del árbitro. Les marcan uno, dos, tres goles. Pierden.

    En las graderías, mientras se cambian, solo comentan algunos errores del encuentro, no se reprochan. Han entendido, a su modo, que el fútbol les servirá para sobrevivir la amistad y no para desgañitarse por un gol errado. La vida, los años, les han hecho aprender a ser más calmados, a no sufrir por cosas que no valen la pena.

    Te despides y subes a tu casa. El cielo se nubla de repente y comienza una granizada, pepitas blancas que te caen a la cabeza. Corres, por suerte ya estás cerca. Solo te mojas un poco.

    Abres la puerta de tu casa, te sacas la ropa húmeda, que pones otra más cómoda y te echas en cama. Sientas el latir de tus piernas, el agotamiento. Enciendes la TV, colocas un partido en vivo, uno de la Liga Italiana, y duermes. Despiertas en una hora, más o menos, aprovechas para leer un poco (cuentos de una escritora canadiense) y te vas a duchar. Te alistas y sales cuando se hace de noche. Llegas a la Cinemateca, compras el boleto de la película que ansiabas ver hace ya unos días, desde que te enteraste de su lanzamiento en la cartelera de cines del país, y te acomodas en tu butaca, al centro. No somos más de diez personas, tal vez unas ocho.

    La pantalla blanca se pinta de colores, la sala se hace oscura. El título de la película se hace visible: Una batalla tras otra.

    La historia dura casi tres horas. Es la última película de Paul Thomas Anderson, uno de los directores más potentes del siglo. Ves correr a Leonardo Di Caprio, lo observas colocar bombas, gritar “¡Viva la revolución!”.

    Termina la historia, las luces se encienden y sales con cierta calma de la Cinemateca. Caminas hasta la Camacho, en el trayecto piensas en la película. En que te gustó, sí, pero no más que sus otros largometrajes. Que El Maestro, que Pozos de ambición.

    Por el Prado, sientes la breve pero fuerte tentación de entrar a una discoteca y tomar algo. De comprarte una cerveza que seguramente será otra y capaz que otra más y así; que puede, como ha pasado antes, que conozcas gente, que te diviertas. Que corras el riesgo de que te pase algo.

    Respiras con lentitud y te vas de esas calles, de las luces fosforescentes, y llegas a tu casa. Te sientes feliz por haber sido fuerte, por no desperdiciar tu domingo con la resaca que hubiera conllevado amanecer en otro lugar. En su lugar enciendes la computadora y escribes algo así como una crónica del día. Eliges cada una de las palabras como si fuera una batalla tras otra, como un combate contra el lenguaje. O con el lenguaje, que en este caso es tu aliado.

    Concluyes y te metes a tu cama. Debes descansar temprano porque mañana, que será domingo, irás hasta Chasquipampa a visitar a tu padre y a tu hermano. Cierras los ojos: sueñas con la revolución.

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