Foto: Defensoría del Pueblo
Por: Rodrigo Villegas
Despierto y lo primero que veo es que han liberado a Luis Fernando Camacho. Bueno, que sigue investigado y que ahora estará con detención domiciliaria, pero que sale de la cárcel donde estuvo por un par de años. Lo reciben como un héroe en Santa Cruz. Llega y besa el piso de su departamento. Asume otra vez la Gobernación. La justicia está podrida, pienso. La justicia es lo peor que le pudo haber pasado a este país.
Pienso en eso porque este actuar de los tribunales de justicia está claramente justificado por el inminente cambio de gobierno. Tras una semana de los resultados de las elecciones presidenciales, en su primera vuelta, las autoridades judiciales prácticamente exoneraron a Marco Pumari, Jeanine Añez y Camacho por lo sucedido en 2019, más que todo en las masacres de Senkata y Sacaba.
Sí, continuarán las investigaciones; sí, estas personas fueron también encerradas por un afán político; sí, todavía no se tienen claros los responsables de aquellas muertes, pero la justicia, en este caso, nos manda señales claras: se vende al mejor postor. Hay que conservar el cargo, ver las sonrisas de los nuevos jefes, parecieran decir.
Todo este tiempo estuvieron a favor del actual partido de gobierno, claramente. Vimos injusticias, todo a favor de una sola mano. Pero es repudiable ver cómo, tan rápido, se pasan de un lado al otro sin descaro. Seguramente de acá a unos años, si es que se modifica la situación política del país, cambiarán otra vez de careta y favorecerán a los altos cargos, como siempre hacen. Es horrible.
En el trámite veo los post de muchos amigos que han estado muy vinculados con la masacre de Senkata, que la han visto más de cerca. Colocan reflexiones acerca de las familias que todavía sufren por la pérdida de sus amados hijos, hermanos, padres, y que hasta hoy no encuentran justicia.
Algunos de ellos van, incluso, hasta la Fiscalía, donde son recientemente recibidos por seguidores de Camacho y Añez, que los insultan, que los tildan de bestias, que les dicen que no tienen derecho a hablar.
Pareciera que regresamos en el tiempo. Que volvemos a una época difícil en la que la gente privilegiada maltrataba a los que tenían la piel más oscura que ellos. Esperemos que aquello no suceda, pero las señales van apareciendo.
Mientras tanto, el país también se incendia desde otros espacios: los fuegos comienzan a descontrolarse en los bosques bolivianos. La situación no es tan crítica (como el año pasado), pero es muy triste ver cómo no aprendemos, cómo continuamos con la destrucción de nuestros campos verdes, de nuestros pulmones.
Los candidatos que irán a la segunda vuelta no han sido claros en sus políticas contra los incendios, lo que harían en caso de que fueran elegidos. Habrá que esperar a ver qué proponen ahora que ven las llamas acabar con nuestras reservas forestales, con cientos de animales que claman por no ser chamuscados. Por no ser carbonizados.
Estamos a menos de dos meses del balotaje, de la segunda vuelta electoral que decidirá a nuestro siguiente presidente. Habrá que pensar con la mayor claridad posible, tener memoria y analizar los posibles mejores caminos para este ya maltratado país. La crisis económica persiste, la escasez de combustible también. A pesar de que la justicia boliviana pareciera ya haber tomado un norte, en nosotros recaerá el futuro de esta nación que tanto amamos a pesar de las tristezas que nos da de tanto en tanto.
Regreso al celular, que está en sus últimos días de vida (debo comprarme otro: dinero, todo es dinero), y veo el mensaje de mi papá: me invita a comer algo con mi hermano más. Me dice que, a pesar de estos malos ratos, hay que celebrar por las buenas cosas que nos da la vida.
Tiene razón. Dejo el celular a un lado y salgo para encontrarme con ellos.