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    [Crónica] Un viaje al pasado en el Museo Costumbrista

    Por: Rodrigo Villegas

    Lo primero que veo al ingresar es una carroza negra, antigua, de hace más de un siglo. Está ubicada al ingreso, a pocos pasos de la puerta principal del Museo Costumbrista Juan de Vargas. Es un viaje en el tiempo a una época muy distinta, la de nuestros antepasados. Un símbolo de que somos efímeros, de que nuestro paso por la Tierra es limitado. Luego solo queda la memoria, si es que alguien se anima a recordarnos.

    Ya dentro del museo, ubicado en la calle Sucre, frente a la plaza Riosinho, en uno de los ingresos a la mítica Jaén, se encuentran ubicadas figuras de antaño, telares, ropa y fotografías de una La Paz épica. Uno de los salones está dedicado a la memoria de la chola paceña, a sus indumentarias de época, a sus peinados, que no han cambiado tanto en el tiempo. Son fotos en blanco y negro, la mayoría, que lucen las galas de las mujeres de hace más de cien años.

    En un cartel del museo, colocado por la Alcaldía de La Paz, se lee: “En el siglo XVI, el vestido femenino de uso general entre las mujeres inkas y del Collasuyu fue el aspu, que cubría los hombros hasta los tobillos. Así también en su indumentaria se encontraban los tupus (prendedores) sujetando el aqsu (vestido), el chumpi (faja), apretando la cintura de este y una liqlla (pieza textil cuadrangular a manera de manta) sobre los hombros. Las mujeres eran propensas a emplear el asqu como indicadores de la etnia y estatus a la que pertenecían, por lo que variaba la calidad del tejido, el color y la iconografía, donde resaltaban los topakus (hileras de bordados cuadrangulares). Entre las mujeres incas pertenecientes a la nobleza era de uso particular la ñañaca (pieza textil doblada sobre la cabeza”.

    Prosigue: “Con el establecimiento de los españoles en las colonas americanas, el virrey Francisco de Toledo (1569 hasta 1581) fue quien dictó una Ordenanza que prohibió el uso del traje incaico y el reemplazo de éste instituyó la indumentaria usada en las serranías de España. De esta manera, los caciques y sus familias fueron los primeros en adoptar la vestimenta española. Asimismo, en el caso de las mujeres indígenas y mestizas, la vestimenta española constituyó una forma de diferenciación en la sociedad, un símbolo de estatus. Así, desde el siglo XVII se configuraron en la ciudad las castas de españoles, criollos, mestizo, indígenas y esclavos negros”.

    Recorro un poco más del lugar y me topo con maquetas de la estación ferroviaria, cuando el tren todavía fungía como un transporte a la mano de los ciudadanos. Ahora, en el mismo lugar, se ha instalado ya en este siglo un nuevo y moderno sistema: el teleférico.

    A su lado se vislumbra una representación del estadio Hernando Siles, cuando fue presentado por el presidente y de quien el centro deportivo lleva su nombre. Inaugurado en 1930, el mítico estadio alberga hasta el día de hoy (ha pasado por diferentes remodelaciones y refacciones) los partidos más importantes de la ciudad y del país: antes de elegir a Villa Ingenio, en El Alto, como nueva sede de partidos de local, la selección nacional actuaba en este espacio verde.

    Así, de sala en sala, uno se da de frente con imágenes del ayer. En la última que alcanzo a ver, vislumbro las representaciones de la Alasita y el Carnaval de antaño a través de figuras de cerámica. Las challas, la fiesta, las entradas, se reconocen en nuestro diario acontecer como estelas. Como algo que no ha cambiado demasiado, pero que tuvo alguna que otra particularidad diferente a la de ahora.

    Logro sacar algunas fotografías y salgo del museo, reviso mi celular y pienso en aquel tiempo sin esas pantallas que te derriten los nervios con sus tonos y mensajes, pero que también te permiten utilizar una cámara portátil y diminuta, así como el Internet para enviar esas imágenes a larguísimas distancias en cuestión de segundos.

    Al subirme a un minibús, recuerdo esa carroza del ingreso, una que solo podía ser movida a través del impulso de caballos que arrearan el vehículo. Al menos no necesitaban gasolina, pienso mientras veo una larguísima fila de automóviles que aguarda horas y horas para cargar carburantes en su surtidor cercano.

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