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Recuerdo. Sí, solo lo recuerdo. Aquellos años desbordantes de otro tipo de alegría. Visitar la Feria del Libro de La Paz y asistir a la mayoría de los eventos, de los conversatorios, con cuaderno y bolígrafo en mano. Cuando anotaba todo lo que los exponentes decían, más si eran escritores famosos. Los veía y me decía: “Quiero ser como ellos”. Quiero estar sentado en esas mesas, compartir un tiempo con ellos. Sí, así era en mi adolescencia, cuando mi sueño más intenso era ser eso, un escritor.
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La feria del libro se acaba este domingo. Así como cada año, fueron doce días de intensidad total para los libreros, los encargados de las editoriales y los escritores asistentes, que por casi dos semanas se dedicaron a pleno a ofrecer su producción a los visitantes, intentando recuperar lo invertido en los libros que vendían.
Y es que la situación está complicada: varios amigos dueños de distintas editoriales bolivianas me contaron que debido al incremento en el precio del papel y otros insumos tuvieron que invertir mucho más de lo pensado para imprimir los libros que deseaban poner a la venta. El dólar interviniendo, así, en la literatura.
Lo mismo sucede en las librerías: los costos de importación de libros se duplicaron.
La actualidad: en un paseo rápido pude comprobar que el último libro de Paul Auster, Baumgartner, estaba a más de Bs 300, así como la mas reciente publicación del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. Una lástima.
Pero, a la vez, buscando mejor, ubiqué otros títulos mucho más económicos en la misma feria: novelas y cuentos a Bs 20 o poco más. Eso en las editoriales y librerías nacionales. Tal vez sea el mejor momento para hacer eso, para consumir lo nuestro. Al menos para abaratar costos.
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Con los años conocí a escritores, me hice, a mi modo, amigo de ellos. De varios. Fue divertido: encontré en su amistad las claves de cierta intimidad, del modo de ver el mundo que proyectaban. De su forma de entender las cosas y de vivir. Fuimos a jugar fútbol, a tomar unas cervezas, a pasear por la ciudad. Así se convirtieron en humanos. Porque, cuando era un adolescente, los veía como algo más grande. Como si tuvieran la sangre de otro color.
Recuerdo que cuando iba a algunas presentaciones de sus libros me acercaba a ellos y temblaba. Tal era mi nivel de admiración.
Pasados los años nos reímos de esas cosas y ellos me cuentan que también tuvieron esas escenas con otros escritores mayores, narradores y poetas a los que admiraban mucho y que con el tiempo fueron perdiendo esa luz cuando se hicieron sus amigos o cuando los vieron en situaciones bochornosas.
No conozcas a tus héroes, sugieren por ahí.
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La feria también funciona como un espacio de encuentro con los amigos de este muy pequeño medio literario. Se convierte en un lugar de convergencia de estas letras bolivianas, desperdigadas por muchos lados, por distintas ciudades. Llegan desde Santa Cruz, Cochabamba o incluso desde otros países y te abrazan, los abrazas, y te llenas de su afecto.
Luego vas a sus presentaciones, sales a bailar con ellos, los ves reír y llorar. Es intenso.
Después se van, vuelven a sus departamentos, a sus casas. Los verás, tal vez, en un año. En un maldito año. En la feria, siempre en la feria. Y en sus afters.
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La feria culmina este domingo en la noche. Habrá que esperar por ella un año, 365 días para que regrese con sus decenas de actividades y miles de libros a la venta, colocados en estantes desde los cuales parecieran llamarnos, invitarnos a descubrir en ellos las historias y lenguaje que nos proponen, que nos volarán la cabeza.
La feria es uno de los lugares más bonitos del mundo, me dijo recién una amiga. Y tenía razón.