Foto: José Fernández
Una Palabra / La Paz
Es la primera vez que voy a ver un partido de eliminatorias en el estadio de Villa Ingenio. Estoy en la estación del teleférico azul, hay una fila larguísima. Varias personas van al lugar del cotejo. El reloj marca las 15.43 (el partido es las 16.00). Me encuentro con José Fernández, un colega que me espera para ir juntos a ver el cotejo. Abordamos una cabina.
En medio del recorrido, conversamos sobre la situación de país, que está complicada. Pasamos una parada y antes de llegar a indicada, uno de los pasajeros se pone a hablar fuerte, por celular. Le reclamaba a su interlocutor. Le dice cosas como que le había hecho ir en vano, que incluso se había pedido permiso para poder asistir… Mientras sube el tono, bajamos a la altura de la de la UPEA.
Pasamos al frente. Gracias a una persona que nos da indicaciones, logramos ver la línea del minibús que nos llevará al Titán. Abordamos. El reloj marca las 16.01, el partido ya comenzó. El conductor escucha las incidencias del encuentro a través de la radio. Pasan unos minutos y se escucha el grito de gooooool. A alguien dice algo así como que tenía que ser Miguelito.
Llegamos a una avenida donde se venden productos de todo tipo: poleras, deportivos, comida… Hay mucha gente en el recorrido. Caminamos varias cuadras. Pasamos los anillos de seguridad, hasta que llegamos… Es el Titán, que se ve imponente en medio de la hilera de personas que hacen fila para ingresar.
Buscamos la puerta por la cual debemos ingresar, que está casi al otro lado. Entramos apresurados. Los efectivos revisan las mochilas de los asistentes, para que no se metan objetos prohibidos al campo de juego. Uno de los policías mete su mano en la mochila que llevo y me dice que no puedo ingresar con un termo. Es pequeño y en él suelo llevar cocoa o café. Está vacío. Me dice que lo deje a un costado, y señala el lugar, donde veo varios objetos similares como botellas. Lo dejó ahí, con pocas esperanzas de que lo vuelva a ver.
Ingresamos al campo de juego. Me acomodo y José empieza a tomar fotos.
El partido transcurre con pocos sobresaltos, aunque se siente en el ambiente cierta tensión cada vez que algún jugador del cuadro nacional pasa la pelota hacia atrás y hasta molestia cuando los jugadores no se deciden a encarar al rival e ir hacia el pórtico contrario.
Pasa el primer tiempo. José vuelve, conversamos. Retorna el juego, la selección no hace cambios, Chile sí. Bolivia tiene más de una opción de gol, al menos dos nítidas. Eso sí, Miguelito es quien hace la diferencia, desborda a cada tanto y hace emocionar a los asistentes.
Chile comete varias faltas y en una jugada, en la que uno de los jugadores del cuadro nacional avanza hacia la portería con la posibilidad de meter el balón en el arco, termina perdiendo a uno de su equipo por cometer una infracción. Sale expulsado. La gente está conforme y aplaude la decisión del árbitro. Pese a ello, los visitantes parecen no rendirse, insisten.
Bolivia, por su parte, intenta más de una vez llegar al arco de Chile. En un momento dado, llega un cambio. Es Enzo Monteiro, de quien en el altavoz del estadio solo logro escuchar, al parecer, su segundo apellido Castro, José me aclara que es él, gran dato para lo que vendrá después.
En una de esas jugadas, Miguelito alarga la pelota y desborda por la derecha, parece que va a replicar el gol emblemático que metió contra Colombia en este mismo escenario, pero tras lanzar su remate el arquero ataja la pelota, aunque no logra controlarla. El balón rebota y ahí sí, Enzo Monteiro la clava en el arco. Todos nos levantamos a gritar y a festejar. Algarabía en el Titán.
Tras el tanto, la gente se siente victoriosa y empieza a vitorear “Chau Chile”. Esas palabras resuenan en el estadio. Termina el partido. Antes de salir le saco una foto al tablero digital (2-0) y acto seguido voy preocupado a ver si mi termo sigue en el lugar que lo dejé. Y sí, está ahí. Lo agarro y nos vamos caminando por la misma senda por la que llegamos.
