Por: Rodrigo Villegas
I
Un pincel se mueve en una pantalla electrónica. Una mano crea imágenes, personajes, escenas: una historia. Un cómic, una historieta: un viaje en el tiempo o el camino de un chasqui que espera volar, convertirse en un ave. Así nacen las historias de Will Amaru, historietista boliviano. Ilustrador que hizo de El Alto su espacio referencial a través de sus colores y figuras humanas. Que hizo de su ciudad un mundo de cómic.
II
El sol de la mañana en El Alto es intenso. A pesar del frío de la noche, donde el invierno está cada vez más próximo y por lo tanto la sensación térmica baja constantemente por esta temporada, la luz del día es potente. En la extranca de Río Seco, las personas llegan como hormigas, bajan de sus minibuses para subirse a otros que los terminen de llevar hasta sus casas. Ese es el ritmo diario de este lugar, más pesado aún en las horas pico.
Por mi parte, busco algún vehículo que me lleve hasta la zona Mercedario.
– Es mejor que te vayas hasta el Puente Bolivia, joven, de ahí tomas uno que te lleve hasta ahí. De acá poco hay.
Me explica una vendedora de dulces y galletas que desayuna un pan con café, que me habla con la boca llena. Le agradezco por la información y reviso la distancia en Google Maps. No es mucho, pienso, y decido caminar por la carretera. Según Internet, no tardaré más de media hora.
Como me gusta explorar, elijo ir a pie hasta el dichoso puente. Son cuadras largas que están próximas a un río con poca agua y muchas gaviotas que intentan comer la carroña y las bolsas de basura que lanzan los vecinos ahí dentro, en ese foso. Como el sol persiste en lo alto, me canso antes de lo pensado. Camino unos veinte minutos y compruebo que Internet me falló. Será más de media hora de ruta. Me detengo en seco a descansar un poco y justo, como caído del cielo, un minibús gris se detiene delante de mí porque una mujer con un aguayo pesado en la espalda decide bajarse en ese lugar. Aprovecho para revisar el parabrisas y vislumbro la palabra que estaba buscando: Mercedario.
Me subo adelante y el minibús continúa la ruta. Llega pronto al Puente Bolivia y luego se interna en un camino terroso que da con un barrio con algunas tiendas, una cancha y, lo más vistoso, un condominio con edificios de doce pisos, aproximadamente, pintados con motivos folclóricos, muy coloridos. Son lienzos de Mamani Mamani, el reconocido pintor boliviano.

–Hasta aquí nomás voy a venir, joven.
Me dice el conductor, un hombre de unos 30 años extrañamente cubierto con barbijo, gafas, una gorra negra y algo así como una toalla que le cubre la nuca y el cuello, como si hubiera salido de la película Mad Max. Cuando le pago el pasaje y estoy a punto de bajarme reconozco la voz, que sale de la radio del vehículo, que prácticamente todos hemos escuchado en las últimas semanas, la de Lucía Cortez en Histeria, que canta “Estaba aquí pensando, imaginando tu aroma…”.
Ya en la calle otra vez, reviso mi celular, la dirección que la persona a quien vine a entrevistar me envió por WhatsApp a través de Google Maps. Estoy cerca. Camino un poco y me topo, como me pasa con muchos lugares de El Alto, con muchos perros callejeros de distintos colores. Así hasta que llego al lugar, a la casa de Will Amaru, el historietista a quien he decidido visitar.
–Ya te abro, hermano.
Me dice Will en cuanto le llamo para avisarle que ya estoy ahí. Sale en menos de un minuto y me da la mano, me pregunta si me dificultó llegar hasta su hogar. Me permite pasar a su casa y lo primero que veo es un gato negro, amistoso.
–Se llama Guts.
–¿Por qué lo bautizaste así? Es decir, ¿de dónde viene ese nombre?
–Es un personaje de Berserk.
Me explica mientras le da algo de comer a su felino. Berserk es uno de los mangas más famosos del mundo, tanto que su versión en anime ha recibido también sus muy buenos comentarios. Mientras anoto eso mentalmente, Will abre la puerta a una habitación relativamente pequeña pero muy cómoda, donde un par de guitarras descansan en una esquina, donde cuadros colgados pintan la escena y donde, por supuesto, el área de trabajo es el lugar con más brillo: un monitor instalado conjuntamente con una tableta gráfica. Al frente se ve empotrado una Tablet o algo parecido y varios cuadernos de dibujo. Y cómics, cómics por todos lados.

–Así que aquí es donde sucede la magia.
Le digo a Will, que solo ríe, como si aceptara el elogio. En ese espacio, su “oficina” en casa, Will elabora su trabajo de todos los días: la creación de historietas, de dibujos que son personajes que son universos.
III
Son dos almas en un viaje eterno. Son el Cosmos desde una mirada malévola, indescifrable. Es un chasqui que corre y que encuentra en el vuelo un nuevo salto de fe. Es lo onírico, el trazo oscuro, las sombras.
Las historias de Will van por ese lado, y son hasta cierto punto filosóficas: en Urko Chasqui el personaje está impregnado por los conceptos de Emil Cioran; en El hombre del overol amarillo, que trabajó con el escritor Daniel Averanga como guionista, un recogedor de basura encuentra una esfera que lo llevará a otro nivel del espacio y el tiempo.

Con ambas historietas cortas Will obtuvo menciones en las versiones IX y X del Concurso Municipal de Historieta-Cómics. Pero fue en 2023, después de aquellos intentos, que tocó la cima: obtuvo el primer lugar con La estación, una historia de amor y muerte contada a través de colores azules, negros y rosados.
–A las primeras personas a las que le conté del premio fue a mis papás.
Me relata con la sinceridad del amor filial, ese que comparte con sus progenitores, que, a su modo, lo han llevado hasta este lugar de la creación artística. Su padre pintaba desde siempre, a pesar de que se dedicó a trabajar como tal de otra cosa, y su madre trabaja en la industria textil, en la creación de ropa de distintos colores, tamaños y matices para las personas.
–Asumo que también, de tanto verlos, se me quedó las ganas de hacer algo, de crear por mi cuenta.
IV
Pero eso sucede ahora, en este tiempo, cuando Will prácticamente está consolidado en esta aventura que es dedicarse a la creación, a vivir del arte. Al principio eso no sucedió: sus papás creyeron que aquello sería solo un pasatiempo. Que debería estudiar algo “serio” y trabajar como los demás, como todo el mundo, en algo “real”.
–Fue difícil, conllevó su tiempo convencerlos. Ellos querían que estudie, así como la mayoría de los papás, algo “de verdad”, así que cuando les conté que me inscribiría a la Academia de Artes lo tomaron como si fuera mi año sabático. Pasó el tiempo y ya cuando me insistieron en tomar algo más técnico me puse a estudiar Diseño Gráfico. Pero nunca dejé esto, que es lo mío: la historieta.
Will recuerda aquellos tiempos como los iniciáticos, aunque no los primeros: ya en el colegio se ponía a dibujar y maquetar historietas que vendía a sus compañeros de curso, en El Alto. Ahí nacieron sus primeras historias, a las que aún les guarda cariño.
–¿Y cómo te dio esto de dibujar? ¿Cuándo nació? ¿Cómo?
–Sucedió cuando era niño, cuando mi papá me llevaba a su trabajo, en oficinas, donde, para que me distraiga mientras él trabajaba, me daba hojas y revistas para que dibuje y pinte como distracción. Ahí fui, sin pretenderlo, afinando el trazo, conociendo las mañas. Mi papá también dibujaba, y lo hacía bien. Pero tal vez mi, digamos, mayor influencia fue mi abuelo, que guardaba con mucho cariño láminas y revistas de dibujos e historietas breves que se publicaban en periódicos de su época. Él también fue artesano, así que imagino que llevo esto en las venas.

Will me cuenta que un paso fundamental para que sus papás comprendieran su pasión y el quererse dedicarse a este arte como fuente de ingresos se dio cuando ganó algunos concursos de historieta, como el Municipal, y cuando poco a poco le llegaron trabajos comisionados, con contratos de por medio y ya no solo colaboraciones ni publicaciones sin ganancias como cambio. Ahora trabaja con algunas ONG y distintas empresas que apuestan por su trabajo. Will puede vivir de su arte.
V
–Recuerdo que cuando llegamos a Mercedario todo esto era monte. Ahora, como pasó con muchos barrios de El Alto, ha crecido muchísimo, se ha llenado de vida.
Will se acuerda con una dosis natural de nostalgia cómo fue llegar a El Alto, cuando apenas era un niño de cinco años, y cómo fue albergar esta ciudad como su hogar hasta el día de hoy. Su época en el colegio, íntegra en la urbe alteña, y su tránsito a la universidad, donde tuvo que acostumbrarse a diario a arribar a la ciudad de La Paz, a ese caos diario, para regresar hasta su casa, a la tranquilidad.
Curiosamente casi frente a su casa están los edificios de 12 pisos pintados con los matices de Mamani Mamani, que son viviendas sociales bautizadas como Wiphala comunidad, inaugurada oficialmente en octubre de 2015 por el Gobierno de aquel entonces. Le pregunto si aquello influyó en su mirada. El tener siempre esos colores y formas a la vista.
–Sí, El Alto es muy potente en lo visual, en lo auditivo. Es una ciudad con una variedad infinita de formas, de matices. Algunos amigos me dijeron, recuerdo, que muchos de mis personajes tienen los pómulos altos y los ojos aleonados, los típicos rasgos de la población alteña, boliviana. Todo influye, todo entra por nuestros ojos.
Me cuenta, además, cómo gran parte de su amor por los cómics se lo debe a la Ceja, el centro neurálgico de la ciudad.

–Siempre que pasaba por ahí, por la calle de la Ceja donde venden libros piratas y usados, utilizaba el dinero que lograba ahorrar para comprarme cómics de Batman, Superman y los más famosos que siempre estaban por ahí. De esa forma me adentré en este universo. Ya luego, con los años, conocí la Feria de Culturas de El Prado, de La Paz, o las ferias del libro, donde vi los cómics creados por historietistas nacionales a los que fui llegando de a poco, empapándome de lo que hacían, a quienes luego, con los años, tuve el placer de conocer. Eso sí, recuerdo que el primer cómic que me movió todo fue V de Vendetta, que un profesor de colegio me prestó. Hasta ahora lo recuerdo con mucho cariño a ese maestro, que no sé de dónde consiguió esa historieta y me la pasó sin reparo. Eso me pasó en mi escuela, en El Alto.
VI
Como todo un profesional en su rama, el trazo de Will es exacto, concreto y se emite de sus manos como si fuera una extensión de sí mismo. Me enseña brevemente su proceso de trabajo: su monitor está conectado a una tableta gráfica, que es como una Tablet pero mucho más grande, donde Will dibuja con algo así como un bolígrafo especialmente diseñado para la pantalla. Incluso utiliza un guante negro para cuidar al máximo su instrumento de trabajo.
–Me costó su platita…
Me explica y lo entiendo, esa máquina debe superar sus Bs 2000, seguramente. Sería lo mínimo. Y es que todo trabajo involucra un sacrificio, una inversión. Un salto al vacío.
Rápidamente Will dibuja el rostro de un personaje de cabellos parados, un cigarro en la boca y cicatrices en el rostro. Lo hace dentro de una página ya maquetada de historieta. Luego lo pinta y así, el proceso podría seguir y seguir hasta adquirir el detalle que quisiera darle y contar, luego, la historia que se le ocurriera. Así nacen las historias.
VII
Cada gremio puede tener su particularidad. Algunos son más agresivos, en otros la envidia corroe a cada uno de los integrantes, unos cuantos ni siquiera se llegan a articular del todo por la falta de organización de sus bases. El del cómic es diferente. Existe más buena onda que mala fe.
–Cuando conocí a los referentes del cómic me asombré de lo humildes que eran. Al menos la mayoría. Ellos me hablaron bien, luego nos fuimos conociendo y ya con el premio municipal que obtuve me invitaron a trabajar juntos y a colaborar en algún que otro proyecto. Fue así que un día me invitaron a formar parte de Pesadillas, un libro que reúne historietas de terror, donde participo con la historia Carcoma, y que salió publicado en la Feria del Libro de La Paz del año pasado.
–Les fue muy bien con ese libro, fue de los más vendidos de la feria por lo que vi luego en las noticias. Asumo que ya están trabajando en algún otro número…
Will prefiere no responderme a eso, concentrado más que todo en el ahora, un ahora que tiene un nombre en concreto: Tango Pulp.
–Tango Pulp nació como una simple conversación con Daniel Basilio, escritor argentino a quien conocí en un trabajo donde debíamos realizar una historieta para una institución. Él tenía una idea bien loca y futurista acerca de un hombre que se convertía en el corredor de carreras de vehículos más importante de la historia. Tango Pulp tocaba, también, una cuestión andina que me atrajo y donde debatimos mucho y donde salieron muchas ideas. Así que comenzamos a trabajar. En un tiempo ya teníamos el resultado y la historieta salió publicada en un medio digital llamada Multiversal. Pero después se abrió la posibilidad de sacar el impreso por la buena acogida de la gente y se lo hizo. Hace poco Basilio lo presentó en Rosario, en Buenos Aires. Pero pronto habrá otra presentación más grande ahí, en Argentina, donde esta vez iré.

–Tu trabajo ya ha cruzado las fronteras.
–Sí, estoy muy feliz por eso.
Will se dedica últimamente, en su tiempo de ocio, a tocar la guitarra, a rasgar las cuerdas y encontrar en los arpegios cierta calma. Veo un cuaderno de dibujo que está cerca, me lo presta y comprueba que dentro hay algunos dibujos, además de los suyos, de historietistas e ilustradores como Salvador Pomar, Andrés Montaño, Jorge Siles y otros tantos. Fueron dedicatorias, abrazos de dibujo.
–¿Y qué piensas de la movida nacional a comparación de la extranjera, ahora que la vas conociendo más?
–Pienso que en Bolivia tenemos mucho talento, hay artistas muy capos que cada vez sacan productos más innovadores. Creo que lo que falta es más apoyo estatal y municipal. Es decir, en los últimos años se ha reducido el monto de los premios de cómic en el municipio y ya ni sacan el material ganador impreso, como sucedía en versiones anteriores. Entiendo que la actual situación económica afecta, pero pienso que algo se puede hacer. Además de otro tipo de incentivos, por supuesto: acá por año salen como unas, por ejemplo, veinte historietas al año. En Chile y Argentina se publican unas cien.
Así, conversamos de algunas cosas más de la vida, tanto que inevitablemente llegamos a la charla depresiva de todos los días con todo el mundo: la crisis económica.
–Por suerte te has comprado todos estos cómics a tiempo. Ahora deben estar más caros.
Los cómics de Will se encuentran acomodados en una repisa, donde se ven títulos diferentes como Spawn, Batman y varios mangas. Son su tesoro.
–Sí, está fregado todo esto de la economía. Hay que ver formas de resistir, de aguantar.
Reviso mi celular y noto que ya es hora de irme, así que doy por finalizada la breve entrevista que pude hacerle a Will. Me levanto de la silla que gentilmente había dispuesto para mí y al salir veo una vez más a su gato, a Guts, que le ronronea a su dueño. En el patio hay dos perros lanudos y blancos que me ladran.
–Son de mi papá, él los cuida mucho.
Me despido de Will, quien gentilmente me avisa cómo regresar a mi destino, y camino con los cómics, los suyos, que me ha prestado. En el camino, en un minibús que me llevará al cruce Villa Adela para, de ahí, tomar otro que me transporte a la Ceja, leo un poco de Urko Chasqui. Me detengo en un diálogo: “Nuestro destino es caminar sin rumbo para siempre, a la deriva de lo incierto, buscando aferrarnos a cualquier dolor”.
Lo entiendo como una metáfora de la vida en el arte. Termino la historia justo cuando llego al cruce. Ya no estoy en Mercedario.