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    [Crónica] Un libro

    Por: Rodrigo Villegas

    “Un día leí un libro y mi vida cambió”, se lee en una novela de Patrick Modiano titulada En el café de la juventud perdida. El escritor francés que ha obtenido el Nobel de Literatura hace unos diez años está convencido de eso, del poder catalizador de una historia. Cómo una ficción puede intervenir en una “realidad” y amasarla a su gusto. Miles de vidas transformadas por letritas amarradas una a una. La de los lectores, claro, pero ni qué decir la de los escritores, que le han entregado todo a esto que es narrar, escribir. Todo, absolutamente todo, a partir de un libro.

    Hace unos días, el martes 23 de abril, se celebró el Día Mundial del Libro, una fecha en la que se recuerda la importancia de las palabras.

    “No estaba conforme con la vida, por eso elegí cambiarla con la lectura y escritura de libros”, dice el buen Vargas Llosa- el de La ciudad y los perros y La casa verde, ese Vargas Llosa, no el político-, y capaz ahí se resuma mucho de esto: la inconformidad.

    “La literatura me ha permitido imaginar que se puede transformar la vida, conocer realidades a las que no llegaríamos así porque sí, eso solo se puede hacer con la lectura de un libro”, me cuenta César Antezana, poeta que ha ganado todos los premios de poesía que se pueden conseguir en este país. Poeta que vive la palabra como pocos, tanto que en muchas ocasiones se ha encargado de intervenir espacios con performances que llevan la lectura hacia un espacio más concreto como las avenidas, las oficinas, los espacios cerrados. “En los libros pude encontrar cierta paz, pero a la vez hallé formas de expresar lo que sentía, lo que creía”, apunta.

    “Los libros son muy importantes, pero no hay que sacralizarlos, verlos como armas de la intelectualidad. Hay que entenderlos como espacios de libertad, de goce ”, me explica el escritor, editor y librero Alexis Arguello, que me dice que es más que obvio cuánto ha intervenido la literatura en su vida: se gana el pan/la chela con la venta de textos de todo tipo.

    Alexis Arguello, escritor, editor y librero en el espacio de Sobras Selectas.

    Aprovecho la Feria Cultural del Libro de El Alto (que se realizó del 24 al 26 de abril) para ubicarlos, ya que sé que es en estas ocasiones en las que todos los que hemos sido impactados por el rayo de la literatura nos encontramos, donde tenemos la oportunidad de vernos un rato, saludarnos y compartir alguna que otra cerveza. Los libros nos han unido de esta manera.

    En el trayecto me encuentro también con Rodrigo Urquiola, que vende sus novelas y cuentos en un stand azul, solito, a la espera de compradores.

    ¿Cuánto has vendido?, le pregunto.

    “Poco”, me dice. “Al menos me da para recuperar el pasaje y comprarme un pollo frito”.

    Reímos de esa cierta tristeza cotidiana que a veces resulta vivir de la literatura. Pero Urquiola, así como muchos, no la cambia por nada.

    “Es mi vida, amo los libros, leerlos y escribirlos. No concibo mi presente de otra forma”, me cuenta mientras dos niños se acercan a preguntar de qué tratan las historias, esperan un poco y se van sin dejar un solo centavo.

    Deambulo un poco más por el lugar, saludo y abrazo a uno que otro amigo o amiga más que encuentro en el recorrido. Parece una fiesta familiar en la que todos esperaran por la abuela que traerá los regalos, en este caso el dinero.

    Justo ahí me topo con Fher Massi, poeta que ofrece sus libros en el Archivo Comunitario de El Alto, un stand al lado de Sobras Selectas, del Alexis. Después de saludarnos y compartir algo que no es chicha pero que se parece, le hago la misma pregunta que les hice a los que me encontré: ¿Qué tanto te ha cambiado la vida la literatura?

    “Un montón, me ha dado otra forma de ver el mundo. Las palabras son eso, vehículos hacia otro espacio de la realidad. Por eso me dediqué a escribir, para simular aquella experiencia. Todo lo que busco está en los libros”, me explica con convicción. El Fher tiene menos de 30 años y ya tiene claro cómo va a ser su vida: no va a soltar la poesía.

    El espacio de la Editorial Almatroste.

    Así, camino un tanto más y entiendo cómo un libro puede influir tanto, tanto en una vida, en una familia. Y eso ya saliendo un poco de lo romántico de “enfermarnos por un libro”, sino viendo, así como me contaba Alexis, que la repartición de estos textos puede tomarse como una forma de subsistencia diaria. Porque en la feria están los escritores, por supuesto, pero también hay editoriales, libreros independientes y hasta cafés culturales que funcionan a partir de eso, de la literatura.

    Es loco.

    Cuando se me hace tarde para irme, después de despedirme de todos estos amigos queridos, le pregunto a Urquiola si está escribiendo algo, si va a mandar a algún concurso literario una de sus novelas o cuentos, yo qué sé.

    “Sí, pero hay que esperar, cada vez hay más pocos. Hasta ahora no se restituye el Nacional de Novela, y parece que ya fue nomás…”, me explica con cierto pesar.

    Me voy, pensando en eso, en qué formas más se pueden ver para apoyar la movida de la literatura, gubernamentales y municipales, por supuesto. Porque al fin y al cabo todos estos “enfermos por los libros” representan a este país, a este departamento y a los de donde vienen. Seguramente se puede hacer algo más.

    Ya en el Teleférico Azul, pienso en aquel libro que me ha cambiado la vida a mí y del que siempre hablo: El amor en los tiempos del cólera, del buen García Márquez. Sí, eso a mis 18 años…

    La cabina toma impulso y cobra vuelo.

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