Por: Rodrigo Villegas
Silencio. El mundo era silencio, el de la cuarentena. Bolivia, La Paz. La calle era un desierto de cartón, solo los perros callejeros y unos pocos militares iban de acá para allá. De eso me acuerdo, del silencio abrumador, terrorífico, sin medida. Un silencio que se comía todo.
Freddy, que es periodista y por aquella temporada tuvo que pasarla solo en su casa, encerrado con la TV, me cuenta que aquellos tiempos los resistió con dolor, el de sus huesos. Una enfermedad que no era el Coronavirus lo retuvo en cama, a plan de tratamientos. Todo para solucionar la vida.
“En los hospitales te atendían solo si tenías fiebre, si habías perdido el sabor en la boca, el poder sentir aromas. Si te costaba respirar. Otras enfermedades no te las trataban, a menos que fueran emergencia. Conocí muchas personas que fueron por una lesión de brazo y no salieron porque se infectaron con el virus”, me explica Freddy, quien tuvo que manejar su enfermedad en casa, con rachas de dolor extremo. Tiempo más tarde, por suerte, uno de aquellos tratamientos funcionó y lo salvó del sufrimiento diario, tanto que ahora puede desempeñarse en su trabajo periodístico, al que pudo regresar.
“Pero eso también ha cambiado un montón, los trabajos, el periodismo. Ahora se exige la velocidad, la de las redes sociales, donde se ha disminuido mucho la calidad de los textos, del análisis de la información, por esa rapidez con la que te piden subir notas. Y eso nació con la pandemia, con la necesidad de actualizar datos, de contar números, los de los contagios, los de los muertos”, complementa en el audio que me envió al WhatsApp y por el que escucho su voz.
OTRA VEZ EL SILENCIO: EL CENSO
Y sí, el silencio otra vez, el del Censo, el del sábado, aquel sábado. Claro, un silencio diferente, más humilde, hasta cariñoso. Sin muerte, sin dolor. Pero silencio al fin, el de las calles vacías, sin gente, solo unos pocos. La libertad estaba condenada otra vez, el arresto si escapabas de las murallas de tu hogar.
En algunos medios se hizo eso, se comparó el silencio. Dijeron: “Hace tres años, el 17 de marzo de 2020, la exmandataria Jeanine Áñez promulgaba la Ley de la Cuarentena nacional”. Los bolivianos, los humanos del mundo entero, nos confinábamos en nuestras casas para salvar nuestras vidas, la de nuestras familias. Dejamos atrás amores, amistades, formas de ver la vida.
Carla Mamani, que es abogada, me cuenta que aquella distancia, la de la cuarentena, la obligó a terminar una relación de años. Que al no poder verse ni tocarse eligieron, ella y su novio de casi un año, separarse por lo sano. Tiempo más tarde se enteró que aquella expareja murió por Covid.
Otra amiga me contó hace unos meses que también concluyó un amor, pero no por la distancia, sino por la excesiva cercanía. Que intentaron vivir en la casa de él, que las primas semanas eran bonitas, tranquilas. Pero que luego empezó lo malo, el tedio, las diferencias de vida, de vivencia. Los malos olores, la impaciencia, las discordancias a la hora de dormir, de ver la TV. Que no se aguantaron, que no resistieron y terminaron explotando. “Tuve que salir de aquel departamento ni bien relajaron un poco las medidas de la cuarentena, apenas pude sacar unas cosas. Luego, poco a poco, me las mandó hasta la casa de mis papás. Tal vez nos hubiéramos casado o tenido hijos en el tiempo, pero la pandemia nos obligó a apresurar las cosas y nos fue terrible”, me cuenta mientras bebe un sorbo de una cerveza, ya en el tiempo restablecido, sin cuarentenas de por medio.
Algo que también se perdió fueron los trabajos, que se redujeron a morir. Más que todo en ciertos espacios, como los medios de comunicación escritos. Es decir, ¿quién habría de arriesgar su vida por leer las noticias, de las que estábamos hartos, en papel periódico? Creo que nadie. Ahí surgió el auge total de los celulares, del internet. De la información inmediata.
Con información de primera mano, veo cómo muchos de mis amigos y amigas periodistas no encuentran trabajo o cómo ahora les piden hacer el triple por menos dinero que antes. Es el costo del “avance”. Y eso que no hemos visto el despliegue real de las IA aún. Es el tiempo que nos toca vivir ahora, la postpandemia.

SUPERVIVENCIA: VACIAR EL SUPERMERCADO
Supermercado: como hace años, la noche previa al Censo los mercados se vieron repletos, llenos de gente que se llevaba todo el papel higiénico posible. Las marcas, las cicatrices. Los traumas, asumo.
Recuerdo que por aquellos años de la pandemia, de la cuarentena, cuando se la iba “relajando”, nos obligaron a volver a nuestras oficinas a trabajar, a justificar nuestros salarios. Una de esas jornadas en las que se me hizo tarde al salir, tuve que regresar a pie hasta mi casa, que quedaba en Chasquipampa. Caminé bastantes horas en silencio, pensando en la vida, en papá, en mis perros. Hasta que a la altura de la 8 de Calacoto me tocó enfrentarme a unos militares que estuvieron a punto de arrestarme a pesar de que les mostré mi credencial de trabajo. Al final me dejaron pasar, pero entendí la capacidad de los hombres de volvernos marionetas que solo sabemos entender órdenes. El sí y el no.
Según estadísticas finales, la pandemia se llevó a 15 millones de personas en el mundo. En Bolivia, se comió la vida de 22 mil personas. Claro, las registradas. No sabemos cuántas más se nos fueron sin el detalle de “Deceso por Covid”. A muchos les tocó padecer la enfermedad en casa, en silencio. Porque el virus también era una condena social.
¿Cómo vivir después de eso? ¿Estamos conscientes de que hemos pasado capaz el evento más trágico de nuestro frágil Siglo XXI?
Claro, habría que ver qué pasa de acá en adelante con toda la amenaza nuclear que está a nuestras espaldas, las guerras, pero capaz solo nos queda mirar hacia adelante y valorar más todo.
“Me ha enseñado a respirar mejor”, me cuenta Freddy a través de un mensaje desde su casa, donde trabaja home office, que es algo que también se ha “instituido” en la cuarentena. Yo, que hago lo mismo, le respondo con otro mensaje. Estamos más comunicados que nunca desde nuestras cárceles.
Al menos no hay tanto silencio, ese terrible vacío. A veces hay que valorar el ruido, a pesar de lo incómodo que puede ser casi siempre. De solo pensar en volver al silencio, a “ese silencio” … Viene el miedo como un animal enfurecido.